Si hace sólo dos semanas me hubiera preguntado usted qué pensaba yo
de Daniel Ortega, el dictador de Nicaragua, le habría yo respondido
que en mi opinión, luego de esos tres meses de heroico levantamiento
pacífico del pueblo, el pobre diablo este era como uno de esos
personajes de cuento que se ha muerto ya y aún no se ha dado cuenta
de que el alma ha dejado el cuerpo y continúa con su vida cotidiana,
haciendo lo que siempre hacía. Le habría dicho yo que era cuestión
de muy poco tiempo para que el cadáver empezara a pudrirse y heder
horriblemente, tanto que el ejército de Nicaragua diría entonces
‘ese muerto no lo cargo yo, que lo cargue el que lo mató’ y
procedería a dar sepultura al pestilente cadáver. Pensé que los
militares harían lo que desde hace tiempo ya es su obligación
hacer, del mismo modo que otros socios y amigos le han abandonado ya,
Luis Almagro incluido, pues no quieren inmolarse con un cruel
dictador decimonónico.
El
dictador estaba ido, pensaba yo hace dos semanas pues nunca su
precario gobierno estuvo en más vulnerable posición que entonces.
Bastaba con que el pueblo se decidiera a darle el golpe decisivo,
bastaba con plantarse como las mulas y no moverse más sino hasta que
se fuera. Se habría ido seguramente, nadie lo habría salvado pues
la complicidad del ejército también tiene sus límites y sus jefes
no van a hundirse junto con el caudillo, convertido ya en una
caricatura, en una despreciable piltrafa humana. Hubo mucha gente que
estuvo clara de todo esto y a gritos pidió paro nacional, pero éste
no se produjo pues no todos los actores en este drama responden a los
intereses del pueblo, por más que juren hacerlo. Quizás el pueblo
mismo no entendió el enorme poderío que en esos días de furia no
muy violenta había logrado adquirir, lo que no es tan raro pues como
decía mi fallecido amigo el doctor López ‘uno sólo ve aquello
que conoce’ y este pueblo sólo en muy contadas ocasiones en su
historia ha conocido un poder como el que ahora tiene en sus manos y
siendo un pueblo tan joven, son pocos los que lo conocieron y pocos
en consecuencia los que pueden verlo. El pueblo no está consciente
de su propio poder, intuye que es poderoso pero no sabe cuánto.
Dos
semanas más tarde pienso que, aunque de otro modo, el dictador sigue
estando ido. Voy a explicarle por qué pienso así, pero para darme a
entender tendré que recurrir a las artes mágicas.
Mucho
antes de que Hollywood descubriera cuánto dinero puede ganarse con
historias de zombis, no importa cuan simples, la bruja Hermelinda
Linda, personaje de historietas mexicanas de las décadas 70 y 80 del
pasado siglo se dedicaba, a solicitud de su clientela, a traer de
nuevo frescos cadáveres al mundo de los vivos, haciendo uso de
mágicas pociones y extrañas operaciones. Como los zombis en las
películas de Hollywood, los de Hermelinda regresaban a este mundo
sin estar ellos realmente vivos. Ya no eran lo mismo que habían sido
en vida. Parafraseando al poeta, tenían muerta el alma aunque vivían
todavía. Eso es lo que estamos viendo ahora en la figura del
dictador, un muerto andante, aferrándose a una vida que ya no tiene,
moviéndose por el mundo de los vivos sin estar él mismo vivo. En
las historietas de Hermelinda, los cadáveres eran traídos ‘a la
vida’ para la conveniencia, usualmente financiera, de sus
allegados. Eso es lo que vemos ahora precisamente. Hay un grupúsculo
con intereses financieros vinculados de una y mil maneras a los del
dictador, que dependen de que éste se mantenga sentado en su
inestable silla, no importa si vive o muere, si es él quien está
ahí o su cadáver, pero que esté ahí al frente, aunque para ello
todo un pueblo deba ser abatido. Sin ser excluyente, diré que de ese
grupo forman parte familiares, miembros de su ‘partido’,
militares, ‘empresarios’ y otros, que crearon grandes fortunas o
las aumentaron enormemente en la comodidad que les brindaba la sombra
del dictador. Algunos de ellos se le han separado ya y hasta pueden
verse sentados allá entre el grupo de quienes adversan al déspota,
repudiando ahora a quien tan útil les fuera, a ese que en público
decían despreciar aunque en la intimidad, donde nadie les veía, se
le entregaban a cambio de sus favores, a cambio de unas cuantas
monedas.
Aquellos
pues, quienes a él están atados, han dado vida y mantienen ahí
sentado en su silla al maloliente cadáver, haciéndole creer que
vive aún, algunos creyéndolo realmente, otros sabiendo que no les
queda mucho tiempo para apartarse de él y no caer junto con él,
hechos trizas, cuando el pueblo descubra su enorme poder y su fuerza
volcánica y regrese, ahora más decidido, a terminar lo empezado
pues entonces, de esa estructura que parecía indestructible,
inamovible, no quedará piedra sobre piedra.
En
la próxima: cómo se baila este trompo en una uña.
(La ilustración es de Fernando Art, encontrada en https://sosnicaraguareporte.com/galeria )
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