Con frecuencia, para apreciar la magnitud de
las cosas que tenemos frente a nuestros ojos, para entenderlas, es necesario mirarlas
desde otro ángulo, bajo otra luz, desde otra distancia o utilizando otra lente.
Vistas así, desde otra perspectiva, las cifras del costo humano de lo que está
ocurriendo ahora mismo en Nicaragua dejan al desnudo la enorme barbarie de la
dictadura, su inmensa crueldad al dejar las manos libres a sus fuerzas
irregulares para pasearse por entre nuestra gente como si fuese un ejército de
ocupación, matando, violando, mutilando, robando, torturando impunemente en una
sangrienta, interminable bacanal de destrucción, de humillación, de
deshumanización, de horror.
Lo que está ocurriendo en Nicaragua es la
destrucción de un país y de su gente, es el castigo a un pueblo que se niega a
obedecer la voluntad de un tirano vengativo que se considera a sí mismo un dios
y cree tener el derecho de mandar a sus sicarios a castigar poblaciones que
osan protestar pacíficamente, a destruir pueblos y ciudades como Jehová enviando
a sus ángeles de la muerte a arrasar Sodoma y Gomorra.
Las cifras del horror, como es válido llamarlas,
muestran sólo una fracción de lo que está ocurriendo, una parte nada más de la
destrucción, de aquella que es posible expresar numéricamente. Veámoslas. La Asociación
Nicaragüense Pro-Derechos Humanos informa que en los 158 días del período comprendido
entre el 19 de abril y el 23 de septiembre del presente año, como resultado de
la represión de la dictadura frente a la protesta pacífica de la ciudadanía han
muerto violentamente 512 personas, 4,062 han sido heridas y 1,428 han sido
secuestradas o desaparecidas. Eso significa que por cada millón de los 6,2
millones de la población nicaragüense la dictadura ha asesinado 83 personas, herido
a 655 y secuestrado o desaparecido a 230.
Para poner estas cifras en una perspectiva
diferente, que permita apreciarlas mejor: si esto que aquí le cuento hubiese
ocurrido en Estados Unidos, con una población aproximada a los 325 millones,
los muertos serían 26,838, los heridos 212,927 y los secuestrados o
desaparecidos serían 74,854. Son cifras apabullantes ¿no le parece? Igual a la
población de ciudades enteras ¿Qué piensa usted que diría el mundo si Trump
hubiese hecho lo que Ortega ha hecho en 158 días de terror en Nicaragua y
continúa haciendo aún? ¿Se imagina usted el enorme escándalo a escala
planetaria que se habría producido si la policía estadounidense junto a un
ejército de asesinos trumpianos a sueldo mata, hiere y secuestra a cientos de
miles de personas mientras las fuerzas armadas regulares miran hacia otro lado
y no hacen nada por imponer el orden? Eso precisamente ocurrió y sigue
ocurriendo en Nicaragua. La única diferencia son los números absolutos, la
escala es la misma.
Si lo que le cuento hubiese ocurrido en China,
con sus 1,403 millones de habitantes habrían sido asesinadas 115,800 personas,
919,191 habrían resultado heridas y otras 323,142 habrían sido secuestradas o desaparecidas.
¿Se imagina usted la gritería que se habría armado contra XI Jinping el
presidente chino? Seguro que ningún gobierno del planeta se habría quedado
callado y muchas acciones se habrían emprendido ya.
Lo que en Nicaragua ocurre en estos días es un
genocidio pues eso es lo que Daniel Ortega está ejecutando: para mantenerse en
el poder está eliminando sistemáticamente a todo un pueblo, que es a fin de
cuentas lo que la palabra significa. Es
la intención lo que lo define, no el número. Hay que parar el genocidio antes de que
llegue a los espantosos niveles que antes en otros lugares ha llegado porque
nadie osó intervenir. Antes de que alcance, para poner un caso, la magnitud que
alcanzó en Ruanda en 1994. Que en Nicaragua se produzca más lentamente no
significa que no llegará a ese grado.
Terminar con la dictadura es de una dolorosa
urgencia, es una tarea impostergable. No hay otra alternativa. La destrucción que
ella lleva a cabo del país, de su economía, de su tejido social, de su gente, es
mucho más violenta, mucho más profunda de la que haría un huracán o un
terremoto pues éstos matan y destruyen bienes y afectan la economía, pero no minan
la sociedad desde sus cimientos, no la destruyen desde su raíz del modo en que
la dictadura lo hace ahora, no la dejan lisiada como la dictadura la dejará
cuando se haya ido. La dictadura debe caer, lo más pronto que sea posible. Para
ayer era ya tarde.
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