viernes, 19 de diciembre de 2008

Otra vez el canal


El dictador Ortega anda en Rusia con la mano limosnera extendida, buscando la ayuda Rusa para sustituir la otra ayuda, la de otros países, que con su comportamiento dictatorial, incluido el fraude en las elecciones, el mismo Ortega ha alejado. Seguramente vendrá tan pobre como se fue. De Rusia no traerá nada y lo único que pescará será un resfrío.

Entre las cosas que Ortega se ha sacado de la manga, tratando de distraer la atención de la gente que en Nicaragua le está pidiendo cuentas del fraude, está el antiquísimo proyecto de un canal por Nicaragua. Es este un proyecto, que sale siempre a luz en épocas electorales o, como ahora, en momentos de mucha presión para el gobernante de turno. No se deje usted engañar, un canal por Nicaragua es un proyecto imposible, así de simple. Por más que nos duela, en Nicaragua no habrá canal, porque no se necesita, porque es muy caro y porque en Panamá hay un canal saludable que basta y sobra, punto. Las razones se las explico a usted en un documento que usted podrá bajar haciendo click aquí y cuyo vínculo pondré también en la columna a la derecha de este blog. Ese documento, escrito hace ocho años, sigue tan vigente como cuando fue escrito y fue útil para muchos panameños en la discusión que el año pasado tuvieran para decidir si ampliaban o no su canal. Ojalá sea útil para usted también.

Ya los rusos han dicho que el proyecto les parece "interesante" y seguramente es así. Claro que es interesante ver venir a un viejo dictador con un proyecto más viejo que él mismo, que les ha sido traído a los rusos más de una vez. La burocracia rusa, que tiene una memoria de siglos, recuerda muy bien el proyecto y va a desempolvar las mismas razones de entonces para decir a Ortega "nyet, druk. Spasiba" (no amigo. Gracias)


martes, 16 de diciembre de 2008

En Nicaragua hay dictadura (parte 2)

En mi post anterior decía yo que en Nicaragua tenemos una dictadura dándonos sus primeros zarpazos. Decía que es mejor para todos detenerla ahora que el monstruo apenas ha salido del huevo, antes que cause mucho más daño que el que ya ha causado y decía que mientras más tiempo nos tardemos en pararla más costoso, más doloroso y más sangriento resultará hacerlo. Con su actuación la dictadura está haciéndonos desandar caminos que con mucho trabajo hemos andado y echando abajo la institucionalidad que con tanto esfuerzo hemos levantado. Mientras más nos adentramos por este camino oscuro más vamos hundiendo a nuestra sociedad y más difícil será luego reconstruirla.

Si usted ha comparado la situación de Nicaragua hoy con la definición de dictadura, comúnmente aceptada, que presenté en mi post anterior, debería ser claro para usted que nos encontramos ya en una dictadura. Como hemos visto, hay tres cosas que son fundamentales en la definición de un dictador y una dictadura, estas son: 1) la utilización del poder de forma arbitraria, 2) la falta de límites al poder o el desconocimiento de estos límites y 3) la actuación sin consenso con los gobernados. En esas tres cosas nuestro gobernante sale reprobado y con su comportamiento calza perfectamente en la definición de dictador. Veamos.

Si usted, al igual que Daniel Ortega Saavedra, piensa que como presidente él es libre de ejercer su poder cómo le parezca, hasta dónde le parezca y sin consultar con nadie, déjeme decirle que usted y DOS están en un profundo error. No es correcto que Ortega y su familia hagan uso del poder así como lo hacen, cuándo, cómo y dónde les dé la gana, de modo pues, arbitrario. Tampoco es correcta la frase “para eso mandamos” que con frecuencia sueltan Ortega, su mujer y sus vástagos para justificar el uso, sin límite ninguno, del poder que detentan. Es igualmente incorrecto decir, como dicen ellos “el que manda, manda y no suplica” para justificar la manera que tienen de actuar Ortega y toda su familia, sin consultar a nadie y sin dar explicaciones a nadie.

La investidura como presidente no le da a éste carta blanca para actuar como mejor le parezca, por el contrario, le manda ─y así lo dice el juramento presidencial─ a cumplir y hacer cumplir la constitución y las leyes de la república. Los límites al poder de cada uno de los poderes del estado están claramente definidos en la constitución y las leyes y cada vez que Ortega las desobedece, faltando a su juramento, se está saltando los límites, deslegitimándose, poniéndose fuera de la ley, como cualquier salteador de caminos, como cualquier dictador.

La entrada, hace unos días, de buques de guerra rusos a aguas nacionales es un claro ejemplo, entre otros muchos más, del comportamiento dictatorial de Ortega. Mire usted, la constitución establece claramente que para que buques de guerra de otra nación puedan entrar a aguas territoriales de Nicaragua, se requiere que el presidente presente la solicitud a la asamblea nacional, única facultada para autorizar la entrada. En el caso que nos ocupa, el presidente invitó a los rusos a visitar el país sin consultarlo con nadie y dejó entrar luego los navíos de guerra al territorio nacional, sin pedir la autorización de la asamblea, como manda la constitución. Encima de eso mandó al ejército a recibir las naves, haciendo que el ejército violara también, de este modo, la constitución.

Pero este es un solo caso de comportamiento dictatorial, argumentará usted y eso no convierte a Ortega en dictador: no, no es un único caso, este comportamiento de Ortega, limpiándose el fundillo con la constitución, las leyes y los nicaragüenses, es una constante suya, es una muestra de su chambona manera de concebir el mundo y usar el poder que ha adquirido. Pero incluso si esta fuera la única muestra de comportamiento dictatorial, déjeme preguntarle a usted ¿cuántas veces tiene alguien que robar antes que podamos llamarle ladrón? ¿una vez? ¿dos? ¿cuántos córdobas debe robar? ¿uno? ¿cien? Visto de otro modo: ¿cuántas veces tiene una muchacha que cobrar por sus polvitos antes de que podamos decir que es prostituta? ¿una vez? ¿dos? ¿un polvito? ¿dos?

No, no se equivoque, en Nicaragua tenemos de nuevo dictadura aunque ella sea novata, frágil y torpe. Pero no se aflija usted demasiado que no va a durar mucho: usted y yo y la gente suya y mía nos la vamos a bajar, ya lo verá.

En mi próximo post: una dictadura en alitas de cucaracha.

viernes, 12 de diciembre de 2008

En Nicaragua hay dictadura (parte 1)


[Las cosas, por su nombre]

Hay gente que está en desacuerdo conmigo cuando digo que el gobierno que tenemos en Nicaragua es una dictadura. No se han dado cuenta, no les ha caído la moneda, de por dónde andan las cosas en este lindo país. En este post y el siguiente me propongo contarle a usted por qué pienso que efectivamente nos encontramos ahora viviendo de nuevo bajo una dictadura. Se lo contaré en dos post, cada uno de setecientas cincuenta palabras o menos, porque ese es aproximadamente el máximo de palabras que mucha gente de hoy es capaz de leer sin cansarse y sin perder la concentración. Creo que es importante hablar de estas cosas porque si no sabemos contra qué estamos luchando no podremos derrotarlo. Definir una estrategia de lucha pasa por el conocimiento pleno de la cosa aquella que combatimos. Mi posición es esta: en Nicaragua tenemos una dictadura en su niñez, dando sus primeros pasos. Es una dictadura en ciernes pero dictadura al fin, que hay que detener ahora, antes que cause demasiado daño. Mientras más tardemos en pararla más costoso, más doloroso y más sangriento resultará hacerlo. El objetivo debe ser, en este momento, regresar a Ortega a comportarse como presidente y que deje de hacerlo como dictador, si esto no es posible habrá que bajárselo del puesto en el que él mismo se ha subido, pues presidente queremos, no dictador. Contra Ortega presidente no tengo nada en contra, tengo que respetar la voluntad del pueblo al elegirlo. Contra Ortega dictador tengo en mi mano izquierda mi dedo medio erguido y en mi mano derecha el puño cerrado.

No intentaré escribir aquí un tratado sociológico ni voy a elevar barriletes pues este es sólo un post de blog, no una tesis doctoral. Vamos pues a lo básico, poniéndonos de acuerdo en las cosas fundamentales.

En este sitio encuentro este párrafo que a mi juicio contiene la esencia de lo que es una dictadura:

“Se llama dictadura a la forma de gobierno ejercida por una sola persona que utiliza su poder arbitrariamente y sin estar especialmente limitado por la ley. Así, un dictador toma decisiones dejando de lado las posibilidades de consenso con la gente gobernada...”

En un foro del diario español El País, he encontrado esta cita:

“Es un sistema donde no habría división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), inexistencia de derechos básicos, especialmente los relacionados con la libertad de expresión, la inexistencia de pluralidad política, sindical y asociativa, la tendencia a ejercer el poder de forma arbitraria en beneficio propio, de un grupo, clase o minoría que sostiene el sistema frente al imperio de la ley de los estados de derecho. Además, es un sistema que no se basa en el consentimiento libre de los gobernados, aunque la propaganda del sistema suele insistir mucho en que dicha aquiesciencia sí existe, y suele recurrir a métodos populistas o plebiscitarios pero no libres, en realidad. Es importante destacar que las dictaduras no se sostienen sin cierto o mucho apoyo social, dependiendo de muchas circunstancias y factores, pero impiden que los opositores puedan expresar, libremente, sin menoscabo de su integridad física o de sus libertades, el rechazo a la misma. Si el grado de represión es muy alto, y con un sistema de ideas que lo apoya, la dictadura se tiñe de totalitaria.

La dictadura suele estar muy vinculada a un concepto muy personalista del poder, a la ambición de quien detenta el mismo. Se enaltece al dictador, jefe, líder o caudillo a través de la propaganda . Es un personaje que ejercería el poder con grandes sacrificios personales, un jefe que renuncia a los placeres de la vida privada por la patria o el país. Puede llegar a ser presentado como un estadista dispuesto a darlo todo por el pueblo, hasta la vida, y sin pedir nada a cambio, bueno, sí la obediencia al mismo, precisamente por esos sacrificios. Muchas dictaduras tienen, pues, un marcado carácter paternalista.

Las dictaduras suelen buscar la justificación de su existencia en la necesidad de la misma, apelando a una situación extraordinaria o terrible y que se soluciona con este ejercicio del poder. Es la legitimación de la dictadura y de su permanencia durante un tiempo, o de forma indefinida, al menos hasta la muerte del dictador. Se tiende, además, a que el sistema sobreviva a la muerte de su creador o impulsor.”

Estas citas, que definen a grandes rasgos una dictadura “genérica”, me servirán para delinear, en mi próximo post, nuestra frágil dictadura.


sábado, 6 de diciembre de 2008

Ojalá no haya fraude en ninguna elección

Esta madrugada, cuando tomaba mi primer dosis de información del día, me encontré con este blog salvadoreño, partidario del FMLN, creo yo, en el que se alertaba de la posibilidad de que en El Salvador se esté gestando un fraude electoral. Me pareció oportuno dejar un comentario solidario cuyas partes medulares transcribo aquí para ustedes.

Yo estoy viviendo ahora en la Nicaragua post fraude electoral (ojalá y le dieras seguimiento a este tema) y te cuento que no es nada agradable el aire que ahora se respira, no es algo que deseo para El Salvador, un país que me es tan querido, ni para ninguna sociedad en realidad. Por una larga historia mi país se ha vuelto muy pobre, la miseria te golpea en el rostro a cada paso, la gente tiene muy poco, casi nada y luego del fraude tienen aún menos, muchos no tienen ya nada. Su último bien, para muchos su más preciado bien, les ha sido arrebatado. Si antes de la elección sentían que aún les quedaba su voz, que tenían un poco de poder, que podían decidir sobre el rumbo que su país y su pueblito deben seguir, ahora que han visto lo que han hecho con su voto, que su voto no cuenta, sienten con razón que ya no tienen nada, que no pintan nada en el panorama, que no son tomados en cuenta, que otros deciden por ellos, que no existen. Hay un terrible sentimiento de frustración, de impotencia, de abandono y tristeza flotando en el aíre. Yo no sé y nadie sabe creo yo qué más va a pasar acá, en este paisito en el que tantas cosas han pasado. Es que nunca antes en la historia post-colonial estuvimos al mismo tiempo tan pobres, tan frustrados, tan impotentes, tan faltos de esperanzas como ahora. Ahora tenemos una combinación de cosas que pueden llegar a convertirse en una mezcla explosiva que nadie sabe cómo explotará, ni cuando, ni dónde, ni cuáles serán sus consecuencias.

Es triste, muy triste, vivir en este país después del fraude. Ya la gente ni siquiera está preocupada ni enojada por quién quede de alcalde en su pueblo. Eso ha dejado de ser importante, la gente está molesta y está brava porque le han robado su voto. Es el voto lo que le preocupa ahora a la gente, es que le hayan robado su instrumento de poder lo que tiene a la gente brava, muy brava. Si el fraude se impone y esto se convierte en la mecha que prenda el explosivo sera muy triste, muy lamentable. Si no pasa nada, si el fraude se impone y la gente pierde sin más su capacidad de decidir será también muy triste. Ahora estamos los nicas ocupados en desmontar el fraude, gastando energías que deberíamos estar utilizando en cosas más productivas, pero ni modo, hay que hacerlo porque si no estaremos más jodidos de lo que ya estamos.

Esto que aquí esta pasando, que estemos viajando hacia atrás en el tiempo, que estemos regresando hacia un pasado que parecía ya superado es terrible, doloroso. Por eso espero que no haya fraude en las elecciones de El Salvador, que la gente allá no tenga que pasar por lo que ahora estamos pasando, que se respete su voluntad y no tengan ustedes que pensar las cosas que ahora andamos pensando ni considerar las opciones que ahora andamos sopesando.

Así que mi recomendación a los blogueros salvadoreños es que estén vigilantes, que no dejen que le roben su decisión a la gente, que denuncien cualquier maniobra de cualquiera en cualquier bando, que traten de evitar que ocurra fraude y si con todo y todo ocurriera, habrá que denunciarlo por el bien de la sociedad toda.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

De turbas y culitos rosados (parte 3)


En la Nicaragua del S. XXI, que tiene ya más experiencia de la que tenía en los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando abrazó la revolución con esperanza, no es posible ya utilizar las mismas palabras que en aquellos tiempos se utilizaban para separar a los unos de los otros, para identificar a los “malos” y a los “ buenos”, a los tuyos y a los míos. Las palabras de entonces se han desgastado con el uso y el abuso, se han devaluado y ya no surten el efecto deseado, no cumplen su trabajo y por eso la imaginería orteguista busca nuevas palabras para ponerle nombres a las cosas y designar a los propios y a los ajenos. Los orteguistas se ven en problemas sin embargo, para encontrar las nuevas palabras, pues si en la revolución sandinista la intelectualidad creadora era ya escasa y la creatividad era fuertemente combatida, en el orteguismo ambas han desaparecido y la escasa imaginación de los paniaguados del régimen sólo es capaz de proveer palabras que rápidamente dejan al descubierto aquello que se quiere ocultar, sus oscuras intenciones. Desprovistos de ideología, carentes de un cuerpo teórico coherente para analizar la sociedad, para interpretar la realidad, los orteguistas producen balbuceos que dejan expuestas a la luz del día su pobreza intelectual. Así, han empezado a usar, quedando en el ridículo, las palabras “oligarquía” y “oligarcas” para referirse a quienes se les oponen, cuando cualquiera puede ver que estas palabras a quienes definen con claridad meridiana en este momento es a Daniel Ortega y su grupo oligarca. Ellos y no otros son quienes forman la nueva oligarquía.

En algún momento de este año se empezó a utilizar la frase “culitos rosados” para referirse a una parte de la oposición al gobierno. Creo que la frase fue acuñada a raíz de una protesta de un grupito de valientes jóvenes que fueron apaleados por una turba orteguista que les aventajaba en número, en peso, en años y en mañas. Al llamar a estos jóvenes ─y luego a la oposición en general─ “culitos rosados” se pretende dar a entender que se trata de gente de las clases altas, en las que la piel clara es más frecuente que en las clases bajas. Se pretende deslegitimar, descalificar a la oposición y hacer aparecer las cosas como un enfrentamiento de unos “pobres”, a cuya cabeza se encuentra Ortega mismo, contra unos “ricos” que son parte de una conjura dirigida por el “imperialismo yanqui”. Ahora no se trata de “ burgueses” enfrentados al “proletariado”, ahora se trata de “ blancos” contra “indios” y “negros”, de “ricos” contra “pobres”. De nuevo pues, como en los tiempos del viejo Tacho y en la época sandinista, se recurre a alimentar el odio, a enfrentar a una parte del pueblo contra otra, a unas clases contra otras.

En la marcha contra el fraude electoral, que las fuerzas de choque orteguistas impidieron a la oposición realizar el día 18 de noviembre, había mucha gente de piel blanca, gente que ahora podría calzar en la flexible, acomodaticia definición de “culito rosado”, pero cosa no muy rara, mucha de esta gente era la misma que en aquellos duros años de la década de los ochenta estuvo participando activamente, como dirigentes de todos los niveles y como soldados de a pie, en las tareas de la revolución. En aquel entonces, aún con sus pieles y ojos claros no eran considerados burgueses, pero hoy son metidos en el amplio saco de los “culitos rosados”, un saco en el que dicho sea de paso un día terminaremos casi todos, no importa si tenemos los culitos tan negros como el rabo de un mono congo. A fin de cuentas, en la locura orteguista el color de nuestro culito está dado por nuestra simpatía o antipatía hacia él y todo aquel que se le oponga verá como pronto su culito adquiere un cierto color rosa. Los que estén con él, sin importar el color de su piel pasan seguramente a pertenecer a la raza de los “culinegros”, la nueva nomenklatura.

Esto de poner nuevos nombres a las cosas, marcarlas para hacerlas identificables por su propia gente no es una práctica ociosa de la dictadura, obedece a su visión maniquea y es su manera de poner las cosas claras, se pinta de blanco todo lo mío, la gente inclusive y de negro todo lo que me adversa, incluida la gente. En la coloración y a la par de ella va viajando el mensaje, simple como un anillo: yo soy bueno, lo que me adversa es malo, demoníaco.

Ortega, al igual que Somoza García en su momento, necesita tener enemigos, alguien a quien poder echarle la culpa de todos los males, alguien hacia quien poder dirigir las frustraciones de un pueblo que se agita en la miseria, en la tristeza, en la desesperanza y que es nada más que el instrumento y la víctima de las ansias de poder de un individuo y en este caso, de su mujer también. En las sociedades primitivas, en las pandillas y maras, en los grupos de fanáticos de un club de fútbol, la cohesión del grupo es proporcionada sobre todo por la existencia de un enemigo que pone en peligro la existencia del grupo, que ataca a la esencia de ser del grupo mismo. Es este el expediente al que Ortega y su grupo recurren ahora, la creación de un enemigo, pensando que a fin de cuentas la nuestra es una sociedad atrasada, primitiva, que al igual que los “hooligans”, esos violentos fanáticos ingleses del fútbol, reaccionaremos como energúmenos frente a quienes el discurso oficial pretende presentarnos ahora como nuestros enemigos. Ortega tiene una razón más, profunda, existencial, para desear encontrar un enemigo: es incapaz de gobernar, la presidencia le queda demasiado grande y eso sólo podrá ocultarlo encontrando un enemigo a quien culpar de sus propios errores.

Demonizar a la oposición utilizando un discurso maniqueo, violento, confrontativo y radicalizador, que destruye cualquier puente para la comunicación, alimentar el odio de clases para hacer avanzar objetivos políticos no son pues tácticas exclusivas de la izquierda ni de la lucha política de los nuevos tiempos, Somoza García hacía uso de ellas ya desde sus primeros años y Ortega las utiliza ahora, aunque menos elegantemente porque no es tan inteligente y hábil como su maestro. Una cosa olvida Ortega y es que desde mediados del siglo pasado hasta ahora, mucha agua ha corrido ya debajo del puente. La sociedad tiene más experiencia, la población está más despierta y las burdas maniobras de este aprendiz de dictador quedan siempre en evidencia, sus intenciones quedan al descubierto. Un día no muy lejano este dictador también caerá.

martes, 2 de diciembre de 2008

De turbas y culitos rosados (parte 2)


[En la foto: Edgardo Cuarezma, jefe de las turbas orteguistas, heredero de Nicolasa Sevilla]

Las hordas de prostitutas, proxenetas y otros delincuentes que en la época de la dictadura somocista jefeaba Nicolasa Sevilla no tenían ningún escrúpulo en atacar a cualquier persona que se les mandara, sin importar sexo, edad o condición social de la víctima. Sin que nada les importara, sin frenos de ningún tipo, humillaban si había que humillar, golpeaban si había que golpear, acuchillaban y garroteaban si eso era lo que les parecía la acción adecuada en ese momento y sus acciones quedaban sin castigo y no eran nunca perseguidas por ninguna autoridad. Desde el discurso oficial se decía que se trataba del pueblo reaccionando enfurecido ante las acciones de sus enemigos y el pueblo tenía derecho a manifestarse.

Más que sólo aterrorizar a la oposición y la sociedad toda, el accionar de aquellos grupos producía a la vez otros resultados que favorecían a la dictadura y la fortalecían: se ganaba el favor de un buen sector de las clases populares que venían a formar un frente común con el dictador contra las capas medias y altas de la sociedad que no aceptaban a Somoza. Déjeme explicarme. La nuestra ha sido por siglos ─incluso en los años revolucionarios─ una sociedad dividida en clases en la que los que se encuentran en los estratos más altos se piensan diferentes, mejores, que aquellos ubicados en los estratos más bajos. Pero no nos enredemos, fuera de todo romanticismo la nuestra siempre ha sido una sociedad conformista y la dominación de las clases más altas hacia las más bajas fue considerado siempre un asunto legítimo, no sólo por las clases más altas sino también por los de abajo. Si los de arriba, los riquitos y blanquitos se han considerado siempre mejores, los de abajo también se creyeron el cuento por siglos. El discurso clasista de los que se encuentran en la parte más alta de la estratificación ha sido aceptado y asimilado por toda la sociedad. El clasismo es una lacra de la sociedad toda, que nos atrasa al impedirnos mirar las cosas desde la perspectiva de nación y actuar como nación. De esa división en clases de la sociedad se sirvió Somoza en su momento con fines políticos.

Las acciones violentas y el exacerbado discurso envalentonaban y alienaban a los estratos más bajos de la sociedad y los enfrentaban con las clases medias y altas que hacían oposición contra Somoza. El dictador era visto entonces por un sector de las clases bajas como el campeón de los pobres, que enfrentaba a poderosos enemigos que eran también los enemigos de los pobres. El discurso del dictador era populista y se presentaba a sí mismo y al partido liberal como el salvador de las clases menos favorecidas de la sociedad y presentaba a quienes le adversaban como enemigos del pueblo. Las acciones de la Nicolasa y sus turbas permitían a los estratos más bajos y a los grupos más violentos descargar su furia contra aquellos que el discurso que venía desde el poder les presentaba como sus enemigos de clase. El accionar de las violentas hordas nicolasianas galvanizó a un buen sector de las clases populares que formaron un bloque en contra de los que más tenían, o mejor dicho, una parte de aquellos que más tenían: los que no estaban con Somoza.

Aquel odio alimentado desde el poder y dirigido contra aquellos que se definían a sí mismos como oposición al régimen y contra aquellos que el régimen mismo identificaba como sus enemigos, estuvo siempre presente en todos los años de la dictadura, como una fogata encendida a la que sólo bastaba ponerle un poco más de leña para prender un gran fuego. La dictadura le echó constantemente leña al fuego, cada vez que creyó necesario hacerlo.

En los años ochenta del siglo pasado el odio de clase de los pobres hacia los más pudientes fue también alimentado desde el poder, como un elemento más para cohesionar a las masas alrededor del discurso y el proceso revolucionario. En esos años las categorías y conceptos de la economía política marxista fueron manejados con suma libertad y aplicados de modo mecánico a una sociedad en la que muchas de aquellas categorías y aquellos conceptos están tan fuera de lugar como un abrigo de piel bajo el ardiente sol del verano tropical. Marx nunca estudió y no entendió por tanto el funcionamiento de las sociedades latinoamericanas, y sus herederos intelectuales no pudieron nunca crear un cuerpo coherente de ideas basadas en las ideas de Marx, con el cual estudiar nuestras sociedades. En Nicaragua, una sociedad muy diferente de aquellas que Marx estudiara, las palabras “burguesía” y “proletariado” fueron echadas a rodar y aplicadas con profusión por todos, sin que la mayoría supiera su significado y entendiera las complejas relaciones que debajo de ellas subyacen. Sueltas por ahí a su libre albedrío, estas y otras categorías adquirieron connotaciones que las alejaron de sus significados originales y las convirtieron en amuletos mágicos, para decirlo de alguna manera. Al final el color claro de la piel o de los ojos fueron suficientes para definir a un “burgués”, no importaba si la persona dueña de aquella piel y aquellos ojos no tenía en aquel momento ni había tenido nunca ni en qué caer muerto, menos aún los medios de producción que la burguesía debe tener para poder ser tal cosa. Muchas veces resultaba que alguien de piel y ojos oscuros y pelo negro y ensortijado era señalado de ser un “burgués”, no por un asunto de la economía, sino por no estar de acuerdo con el discurso oficial. Las rígidas categorías económicas se flexibilizaban hasta más allá de sus límites y perdían su significado y todo contacto con la realidad. Se volvieron elementos del paisaje surrealista revolucionario y quedaron al desnudo en lo que eran: instrumentos de un discurso simplista que perseguía presentar a unos, “los burgueses”, como los malos y a otros, “el proletariado”, como los buenos, culpables los primeros de todos los males de los que los segundos eran víctimas inocentes. En el medio de ambos los revolucionarios se presentaban a sí mismos como los instrumentos de la justicia, que harían pagar a los victimarios por todo lo malo que habían hecho a los pobres. Que en Nicaragua, lo que pudiera llamarse burguesía fuese una cosa muy pequeñita y que el proletariado fuese nada más que un ínfimo porcentaje del total de la población económicamente activa, no era un obstáculo para el discurso revolucionario, que fluía como un río, arrastrándolo todo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

De turbas y culitos rosados (parte 1)

Por las cosas que han venido ocurriendo en este país en los últimos tiempos ─un enorme fraude electoral, por ejemplo, defendido en las calles por grupos de delincuentes que se llaman a sí mismos “el pueblo”─, bien podría creerse que Daniel Ortega está leyendo detenidamente la biografía de Anastasio Somoza García, el fundador de la dinastía que oprimió a Nicaragua por 43 años, y que está estudiando y poniendo en práctica los modos de proceder que aquel dictador utilizara en su tiempo para afianzarse en el poder y quedarse con él y en él por muchos años. Este interesante tema requeriría de un estudio profundo, pero como no tengo el tiempo para hacerlo y usted no me va a pagar para llevarlo a cabo, hoy me fijaré nada más que en una de las maneras de actuar de Daniel Ortega que parece extraída directamente del arsenal somocista para sojuzgar al pueblo: el empleo de hordas de criminales para aterrorizar a ciertos sectores de la población, paralizándolos de pánico para someterlos e imponerles sus dictados.

Sé que la investigadora Victoria González ha trabajado a profundidad sobre el feminismo, el movimiento feminista y las mujeres en la política nicaragüense y en especial sobre el tema que hoy me ocupará. Lamentablemente no tengo sus estudios a mano en este momento así que no me apoyaré en ellos para escribir el presente post. Si menciono aquí a esta investigadora es para animarle a usted a buscar y leer sus valiosos trabajos. Quizás más adelante tenga la oportunidad de reseñar alguno de sus escritos para ustedes.

Antes de empezar con mi post, déjeme poner aquí esta fotografía de esta venerable anciana que bien podría pasar por la abuelita de usted.


Pues bien, la anciana de la foto, de simpático aspecto que quizás hasta pueda inspirarle a usted ternura, es Nicolasa Sevilla, una mujer de ingrata recordación, que al frente de una horda de prostitutas, proxenetas y otros especímenes criminales impuso el terror en la población y especialmente entre la oposición real, imaginaria y potencial a los Somoza desde mediados de los años cuarenta hasta los primeros años de la década de los sesenta del siglo pasado. Su rol en el fortalecimiento del poder de la dictadura en diversos momentos, fue de vital importancia y así fue reconocido siempre por los tres Somoza, que jamás vacilaron en recurrir a esta desalmada prostituta y sus huestes en los críticos momentos en que el régimen creyera necesitarla para acallar las voces de la oposición, utilizando estas fuerzas que se presentaban a sí mismas como “el pueblo”, se hacían llamar “Frente Somocista Popular” y decían actuar de manera espontánea. Las “turbas nicolasianas”, como llegaron a ser conocidas, fueron utilizadas para reprimir a la población en aquellos frentes en que la abierta represión por parte de la Guardia Nacional (el ejército de Somoza que también ejercía funciones de policía) no era posible o habría resultado contraproducente. Esta manera de meter miedo era complementaria a otras muchas maneras que el régimen utilizaba para mantenerse por la fuerza en el poder.

Aquella mujer no se negó nunca a realizar ninguna acción que sus queridos Somoza le encomendaran y las fuerzas tenebrosas bajo su mando actuando en completa impunidad, obedecieron y ejecutaron siempre las variadas acciones tácticas que los Somoza consideraran en cada momento adecuadas a sus intereses. Estas acciones asumieron tantas formas como la malvada imaginación del dictador de turno pudiera concebir. En 1944, por ejemplo, grupos de pintarrajeadas prostitutas sacadas de los barrios bajos de la capital al mando de la Nicolasa golpearon, manosearon, escupieron, arrojaron suciedad y de mil modos vejaron y humillaron a las señoras y señoritas madres, esposas, hijas, hermanas y amigas de presos políticos, que vestidas de luto efectuaban entonces un desfile pacífico por las calles de Managua. Más tarde, a finales de los años cincuenta, luego del ajusticiamiento del tirano ejecutado por Rigoberto López, las huestes nicolasianas fueron elemento clave en el afianzamiento en el poder de los hijos del tirano cuando para descabezar a la oposición presente, futura, imaginaria y potencial, los hijos del dictador mataron por decenas y apresaron y torturaron a centenares de inocentes y encima, utilizando un aparato judicial obediente a sus mandatos, impusieron la idea de la existencia de una amplia conjura en la que hicieron formar parte a quienes ellos quisieron, condenándolos a prisión en juicios inverosímiles en los que las huestes nicolasianas se hacían presentes, apoderándose de los lugares destinados al público, gritando improperios contra los enjuiciados y a veces contra todo el mundo y manteniendo a raya a los familiares y simpatizantes de los reos. Años más tarde, Luis Somoza lanzaría a las calles a estas turbas a exigirle a él mismo mano dura con la oposición, para poder presentarse más bien ante el pueblo como un presidente civilizado, moderado y centrista.

En aquellas tres décadas sombrías, aquellas huestes criminales completaban en las calles la enorme tarea represiva que la Guardia Nacional llevaba a cabo. Las turbas nicolasianas cumplieron su papel de apoyo al régimen apaleando, denunciando, pero sobre todo, evitando que la población saliera a la calle a protestar los abusos del régimen. Las calles les pertenecían a ellos y sólo a ellos. Cualquier parecido con personajes y hechos actuales no son mera coincidencia.

Este post y el siguiente se han basado en gran parte en el ensayo biográfico “La Nicolasa: Her Life and Times” de David K. Seitz y Paul Dosh que puede usted bajar en formato doc haciendo click aquí (para formato html busque ud. en google)