viernes, 28 de diciembre de 2018

De cámaras y recámaras, camarillas y camaradas



Allá, en los momentos más calientes de la lucha cívica que el pueblo nicaragüense emprendió contra la dictadura en el histórico 2018, se escuchó por todas partes el clamor de la gente por un paro nacional. Pedían a la Alianza Cívica convocarlo y se lo pedían al Cosep. El pueblo intuía que tenía a la dictadura acorralada y un paro nacional sería el golpe de gracia para librarse de una vez del odioso, criminal régimen orteguista. En la lucha pacífica el paro es lo que el arma nuclear a la lucha armada. Es el golpe definitivo, el arma última pues ¿qué puede ser más pacifico y más potente que no hacer nada? ¿cómo puede lucharse contra un pueblo que deja caer sus brazos y se queda quieto sin hacer nada? Quien como yo alguna vez viajó o transportó carga a lomo de mulas sabrá que cuando una mula no quiere andar más, se detiene en medio del camino y ahí se queda y no importa lo que uno haga o cuanto palo uno le dé, la mula no se moverá sino hasta que le dé la gana. Yo, como muchas más personas estoy convencido de que si se hubiese convocado a un paro nacional y nos hubiéramos parado como las mulas en algún momento de los meses pasados, a estas alturas otro gallo nos cantaría.

La gente se pregunta por qué razón la alianza cívica no convocó a un paro nacional y la respuesta es más clara que el ojo del piche: la ‘empresa privada’ no quiso darle a su socia la dictadura el golpe final. Es que, fíjese usted, a la par de la policía, del ejército cómplice, de los partidos políticos colaboracionistas (’zancudos’ les decimos) y de otros pilares en que la dictadura se irguió desde sus inicios, otro pilar fue eso que llamamos ‘empresa privada’.

La dictadura no se hizo de la noche al día. En los meses pasados mostró su faceta más monstruosa pero no nació en este año. En Nicaragua asociamos violencia extrema con dictadura y no nos damos cuenta de que dictadura es otra cosa y que la violencia extrema las dictaduras la reservan para los momentos en que flaquean. Ya para el año 2008 la dictadura de Ortega estaba establecida y el Cosep lo sabía pero, vieja prostituta, se metió a la cama con el dictador. A fin de cuentas no sería el primer dictador con el que se acostaba. Por dinero, claro está, pues “poderoso caballero es Don Dinero”. Por dinero, la ‘empresa privada’ hizo cuanto pudo para darle legitimidad al régimen y miró hacia otro lado mientras Ortega, la Murillo y los infames Ortega Murillo, estirpe sangrienta, hacían añicos el pobre país.

En Nicaragua, eso que llamamos ‘empresa privada’ ni es empresa ni es privada. A excepción de unas cuantas empresas sanas y fuertes y de unos pocos empresarios que en realidad son tal cosa, otras ‘empresas’ y otros ‘empresarios’ solo pueden funcionar y prosperar en la corrupción, gozando de los favores que reciben de los gobiernos de turno. ‘Pandilla de delincuentes’ es un nombre más apropiado. No saben cómo hacer negocios ni cómo administrar una empresa si no es con la ayuda del corrupto gobierno, que a su vez les necesita como garantes de legitimidad, para guardar las apariencias.

Usted, con mucha razón, se preguntará ¿Si son aliados de Ortega, entonces, qué hacen ahí, en la mesa del diálogo y como parte de la Alianza Cívica? Hacen lo que siempre han hecho, salvaguardar sus intereses, ver hacia que lado sopla el viento para inclinarse hacia allá, veletas que son.

‘Solo el pueblo salva al pueblo’ dicen. Yo tengo mis dudas, pero de lo que no me cabe la menor duda es que ni el Cosep ni las cámaras salvarán a este pueblo y si en un cierto momento son nuestros aliados no debemos olvidar la variable naturaleza de este aliado que siempre se mueve al ritmo que hacen las monedas metidas en un saco. No olvidemos que nuestra ‘empresa privada’ esa que se junta en cámaras, es un viejo perro que siempre baila con la plata de quien sea.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Vïsteme despacio



Benito Pérez Galdós atribuye la frase ‘visteme despacio que tengo prisa’ al rey español del S. XIX Fernando VII, otros dicen que es más bien de Napoleón Bonaparte y otros la ubican aún más lejos en el pasado. Como sea, la frase advierte de no apresurarnos cuando tenemos tareas urgentes e importantes por hacer, no vaya a ser que por hacerlas apresuradamente las hagamos mal, con indeseables consecuencias, o tengamos que empezar de nuevo a realizarlas, si es que aún fuese posible hacer un segundo intento. Es en eso en lo que pienso cuando escucho gente por ahí exigiendo adelanto de elecciones presidenciales en Nicaragua a la mayor brevedad. Creo que cometen un error de juicio quienes ingenuamente proponen eso, o son malintencionados, pues seguramente conocen las consecuencias. Elecciones presidenciales y legislativas adelantadas en este momento sólo pueden ser buenas para los mismos tramposos de siempre, los orteguistas y los que haciéndose pasar por opositores sólo sirven al régimen. Hablo de los Alemán, los Montealegre y todos esos cuyos nombres no quiero mencionar, criminales lamebotas que en asamblea o donde sea que se encuentren se dedican, a cambio de unas cuantas monedas, a facilitar a la dictadura la explotación y la destrucción de nuesto pequeño país. Son ellos quienes tienen en este momento, o pueden restablecerlas rápidamente, las estructuras organizativas necesarias para acudir a una elección. La gente digna, aquella que ha luchado realmente y desde siempre contra la dictadura, se encuentra desorganizada, dispersa y hasta desacreditada como producto de la implacable tarea de destrucción que el régimen ha realizado contra ellos en los últimos once años y aún más allá.

Eso es nada más una faceta del problema pero no es todo. Otro asunto es que la institución encargada de realizar las elecciones es una estructura podrida hasta sus cimientos, completamente obediente a la dictadura y al frente de la cual y en todos los cargos de importancia se encuentra una pandilla de criminales cuya tarea única es declarar electos a cada cargo a aquellas personas que el dictador y su mujer les ordenan.

Hay muchas más cosas que desmontar y reconstruir antes de que un nuevo gobierno democráticamente electo y compuesto realmente por demócratas tenga las posibilidades de sacar al país del marasmo en que se encuentra. El sistema de justicia, la policía, la asamblea, son pilares de la dictadura que habrá que cambiar desde la raíz.

Una dictadura no se desmonta con una elección. Si se quiere un cambio profundo en la sociedad, el poder absoluto de la dictadura debe ser desarmado y derribado completamente, y una nueva estructura, sana, fuerte, democrática, debe ser establecida antes de que sea provechoso darle las riendas a un nuevo gobierno pues si sólo se cambia a quien está al frente sin cambiar nada más, no se habrá cambiado nada en realidad, la dictadura sólo habrá tenido un transplante de rostro: el odioso animal que no hemos sido capaces de eliminar en doscientos años de vida republicana seguirá viviendo bajo una nueva piel.

Por eso yo creo que el camino es otro. Creo, como todos, que hay que ir a elecciones, pero no ahora. Antes de llamar a elecciones hay que nivelar el terreno, hay que destruir el sistema de ventajas para unos y desventajas para otros propio de la dictadura. Pienso que la mejor vía en este momento es escoger un gobierno de transición cuya tarea primordial sea eso que su nombre indica, esto es, facilitar la transición de ese sistema totalitario de la dictadura a un gobierno más o menos democrático. Hay que proveer a este gobierno de transición, que debería estar presidido por una junta de notables, gente honrada pues aún la hay en Nicaragua, de una lista de tareas vitales a cumplir en un tiempo prudencial, para garantizar entre otras cosas, que el pueblo escoja a un gobierno que habrá de ceñirse a un modo nuevo de actuar, a unos principios democráticos claramente definidos. Habrá que darles las tareas y los medios para cumplirlas así como nuestro apoyo y comprensión pues su tarea no será fácil y algunos cambios no van a gustarnos.

No tengo ninguna duda de que la dictadura caerá en cualquier momento, quizás ahora mismo y habrá muchos interesados en mantener el estatus quo y eso lo facilita una rápida elección. Seguramente la dictadura propondrá elecciones adelantadas en algún momento, como manera de negociar su salida, pero no hay nada que negociar: la dictadura debe irse sin condiciones. Ya pasó el tiempo en que Ortega podía ser aceptado como interlocutor, ya no tiene más legitimidad. Tampoco la tiene su asamblea, que deberá ser disuelta a lo inmediato. La discusión, la negociacion, debe ser entre nosotros, entre los participantes originales en el diálogo y otros más, en un diálogo cuidadosamente ampliado para que no se nos cuelen las mismas viejas alimañas que ahora estaremos sacando.