domingo, 21 de abril de 2019

Al modo de la mula (o de cómo se le quita un país a un dictador)



Lo he dicho varias veces así que ya es hora de explicar lo que quiero decir cuando digo que para librarnos de la dictadura tenemos que plantarnos como las mulas. Se lo voy a explicar desde el principio.
Un día iba yo viajando con un campesino por un caminito allá en el confín de una colonia de Nueva Guinea, en el Caribe nicaragüense, cada cual montado en una mula y en cierto momento tuvimos que atravesar un puente de madera. Su mula lo cruzó sin problemas, la mula que yo montaba no quiso subir al puente, temerosa quizás, y retrocedió buscando un paso alternativo. Yo quería dejarla hacer como ella quisiera, pero el campesino me detuvo con un gesto.
–No, amigo –me dijo, serio– tiene que hacerla cruzar por el puente si no, esa mula agarra ética.
Era su mula y no la mía así que obedecí y como pude, luchando con ella y batallando por mantenerme en la albarda y clavándole las espuelas, obligué a la mula a cruzar el puente. Pensé en aquel momento que el campesino no sabría lo que significaba la palabra ‘ética’ y que lo que entonces quiso decir fue que la mula agarraría una maña, pero un día, años después, luego de muchos kilómetros recorridos por malos caminos a lomo de mula o a pie jalando otras, terminé enterrado de cabeza en un lodazal al que la mula que montaba me había lanzado, harta de mí pues ya llevaba tres días en su lomo, y entendí entonces que el campesino aquel había empleado la palabra correcta.
Ya me lo había dicho mi padre, que las mulas tienen mala fama gratuita, que no son estúpidas y son animalitos muy inteligentes, más inteligentes que mucha gente que anda por ahí. Tienen las mulas un concepto claro de lo que está bien y de lo que está mal, de lo que es permitido y lo que no lo es y no aceptan así sin más lo que a ellas les parece injusto o incorrecto. No les gusta que las exploten más allá de lo que ellas consideran aceptable y protestan cuando ocurre. Si están acostumbradas a acarrear dos pichingas de leche no aceptarán tranquilamente que un día se les ponga encima una tercera, o un quintal de frijoles además de la leche. No aceptan trabajar más allá de las horas que han aprendido a hacer. Si las monta alguien que no sabe montar, o es muy pesado, o les clava las espuelas sin necesidad y les hace daño, las mulas van a corcovear y buscarán como apearse al montado. Si las ensilla alguien de mal modo o alguien que no sabe hacerlo bien, sin suficientes peleros para protegerles el lomo, por ejemplo, no se dejarán ensillar. Si se las toca por lugares que a ellas no les gusta, como un pie accidentalmente metido en el ijar, van a corcovear también. No les gusta ser maltratadas y no aceptan el maltrato. No aceptan ser tratadas con descuido. Si las tratás bien y cuidas bien de ellas, las mulas estarán contentas y trabajarán con entusiasmo y harán por vos todo lo que esté a su alcance, si no, serán una pesadilla.
La mula tiene sus maneras de hacer saber que no está contenta, que no está de acuerdo. Empieza con pequeñas señales como mover las orejas, o la cola, o la cabeza y si no se le presta atención va subiendo el tono hasta llegar al corcoveo para apearse la carga o el montado. Si nada surte efecto y no se le presta atención, la mula recurre a su más refinado instrumento, su herramienta última: se planta. Se detiene y se queda parada y si está realmente harta, o cansada y a punto de reventar, se echa y de ahí no se mueve más hasta que descansa, o es aliviada de parte de su carga o se soluciona lo que sea que la molesta, pero si nada cambia, si no se remedia la situación que motivo el plantarse ahí se quedará per saecula saeculorum. La mula está dispuesta a dejarse matar antes que aceptar la injusticia, el maltrato. No aceptará seguir adelante con una carga demasiado pesada o una albarda chimándole el lomo y creándole una llaga. Así plantada más de una ha muerto bajo el garrote de un amo violento, ingrato y estúpido. La mula es la maestra de la lucha no violenta, es al reino animal lo que Mahatma Gandhi es a los humanos.
Creo que tenemos mucho que aprender de las mulas. Tendríamos que haber aprendido antes, pero nunca es demasiado tarde. Tendríamos que haber reclamado cada vez que se violaron nuestros derechos, cada vez que nos acallaron con violencia, cada vez que nos impusieron cargas demasiado pesadas. Tendríamos que haber reaccionado vivamente mucho antes de abril del pasado año. Tendríamos que haber corcoveado antes y apeado de encima la carga, no dejarles montar tan largamente sobre nuestros lomos, pero aún no es tarde y por suerte hemos despertado y aún le quedan a la mula muchos trucos, aún le queda su truco último, el decir ‘matame si querés, hijo de puta, pero yo de aquí no me muevo, quien se va sos vos, no yo’ y plantarse.
¿Cómo se traduce eso en acciones? Ya andan varios hablando de estas cosas, tenemos que escucharnos los unos a los otros, ponernos de acuerdo, organizarnos. Organización es la palabra vital.
En este escrito que les recomiendo leer encarecidamente, el ciudadano que lo escribe nos dice que terminar de demoler el ‘edificio de la opresión’ que ‘está dañado estructuralmente’ y construir un nuevo edificio, uno democrático, se puede hacer con ‘desobediencia civil, parálisis fiscal, paro económico, y una eventual ocupación de las calles’. Yo pienso que eso es precisamente plantarse como las mulas. Que no nos puedan gobernar, que no tengan lomos en los que subirse, en los que poner sus cargas. ¿Se imaginan ustedes qué pasaría si todas las mulas juntas nos plantáramos simultáneamente? ¿se imaginan qué ocurriría si les quitáramos el lomo a la dictadura, si no tuvieran mula en que montarse? Yo creo que no les quedaría más remedio que irse.
¿Que eso no es fácil? Claro que no es fácil. Ninguna mujer que ha parido dirá que su parto fue fácil, pero ninguna dice que todo aquel dolor para parir su retoño no valió la pena. Todo este dolor habrá valido la pena cuando veamos el rostro de la nueva Nicaragua, la democrática.

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