domingo, 12 de mayo de 2019

El que no brinque



Creo que tenemos que exprimir el cerebro y usar la imaginación para producir nuestros propios instrumentos para la lucha del presente, pues si usamos las mismas cosas que en el pasado usamos para combatir otras dictaduras o para combatirnos los unos a los otros, corremos el riesgo de reproducir precisamente aquellas características nuestras que deseamos erradicar. Los instrumentos que usamos no son neutrales, están cargados de significado. Voy a usar un ejemplo nada más, para llamar su atención, para ponerle en alerta, si acaso quiere usted estar alerta.
Lo ví el otro día en una transmisión en vivo con cierto pánico y con lástima. Allá en Managua, en una manifestación de nicas que dicen estar contra la dictadura, la gente empezó a corear ‘el que no brinque es sapo’ y a brincar, pues nadie de ese grupo quería parecer 'sapo'. De entre las muchas ‘consignas’ usadas en las manifestaciones de los años de la 'revolución sandinista', aquella que decía ‘el que no brinque es contra’ era una de las que más me disgustaba. Me disgustaba entonces y me disgusta aún más ahora.
La frase no es nada original –en realidad fueron pocas las frases originales en la ‘revolución sandinista’– y yo sabía que era utilizada en Sudamérica por los partidarios de los equipos de futbol en los estadios, solo que en vez de utilizar la palabra “contra” usaban el nombre –o el apodo o la palabra denigrante– de los partidarios del equipo contrario. Lo sabía porque una vez en un programa del gordo Porcel, el cómico argentino, había escuchado la frasecita.
La consigna –todas en general y esta en particular– era un instrumento que servía para darle cohesión al grupo, su repetición creaba un lazo entre sus miembros y reforzaba el sentimiento de pertenencia al grupo. Era una consigna divertida, alegre, jodedora como el pueblo nica, y cada vez que en una manifestación se saltaba, los unos se reían de los otros viendo el esfuerzo de cada cual al saltar, pero sobre todo, los unos se reían con los otros y se fortalecía el sentimiento de camaradería. Este era un lado de la moneda, el lado amable, el lado bueno, pero había un otro lado, el lado tétrico, negativo, feo. En su otro lado la consigna tenía un efecto de exclusión, divisorio, atrayendo a tu círculo a los tuyos y alienando a los otros, dejándolos fuera. Afuera quedaba el que no brincaba y el que no brincaba, como hemos visto, era un "contra", la peor clase de gente según los estándares ‘revolucionarios’, que había que aplastar como se aplasta una alimaña. Si la consigna se hubiese quedado en las plazas en las que las manifestaciones se producían no habría habido problemas, pero la consigna trascendió y se convirtió en un lema omnipresente y ocupó todos los espacios de la sociedad y allá vos tenías que brincar o eras un “contra”.
Brincar, más allá de los espacios de las manifestaciones, en la vida diaria, no era el acto físico de impulsarte hacia arriba y dejar el suelo por un momento, significaba que seguías los lineamientos que llegaban "de arriba” y cumplías con las tareas revolucionarias que de vos se esperaban. Era someterse, despersonalizarse, subordinarse, plegarse, ser de los míos, estar conmigo. El que está conmigo goza de mi protección de mi favor, el otro, el de afuera, el que no está conmigo, el que no brinca pues, el contra, ese que Dios lo guarde porque habrá de saber cuán larga es la hoja de mi bayoneta.
Esa manera de ver el mundo en blanco y negro, de percibir a unos –los que te siguen– como buenos y a otros –los que te adversan– como malos, no fue una invención del sandinismo. Ese modo de excluir al otro, al que no está de acuerdo con vos, al que tiene una opinión diferente y mira las cosas de otro modo, de no dejar espacios de actuación a aquel que no te obedece servilmente, se utilizaba ya desde tiempos inmemoriales en Nicaragua. Somoza perfeccionó la exclusión, la polarización, porque fue el primer gobernante en contar con un ejército nacional único, y tenía en consecuencia la fuerza para hacerlo. Los sandinistas llevaron ese malvado “arte” de la exclusión a su máxima expresión y para ellos “el que no está conmigo contra mí está” adquirió un carácter axiomático y la sociedad se polarizó como nunca antes. Que así haya sido y no de otro modo fue una lástima para un país que ansiaba cambiar para mejorar y dejar de ser la primitiva agrupación humana en que se había convertido bajo la dictadura de Somoza. Pero los comandantes eran el producto nada más de la sociedad en que nacieron y se criaron y no eran ni fueron capaces de trascender. La tarea de dirigir la construcción de una nueva sociedad les quedó demasiado grande. En su caso, el dicho de mi amigo Pablo Salazar “el chancho es como lo crían” nunca fue más cierto. Las perlas no son para los cerdos dice la biblia y ya ves cuán cierto es.
A quien me diga que brinque le responderé con gusto: que brinque tu madre.


[Esta es una versión recortada de un post publicado en 2007 en otro blog mío]



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