Para alguien como yo, curioso y metiche, con cierto entrenamiento para la observación y una cierta formación sociológica, Managua es un espacio fascinante. Los últimos días he andado de cualquier modo por aquí y por allá en el ardiente calor de este lugar caótico que no me atrevo a llamar ciudad, persiguiendo algunas ideas que voy a dejarle a usted aquí en este post y en otros que luego escribiré, para que haga usted con ellas lo que se le ocurra, pues a fin de cuenta estas son ideas de todos y seguro que se le habrán ya ocurrido a usted antes que a mí o se las habrá encontrado por aquí y por allá.
Déjeme empezar diciendo que Nicaragua es a mi juicio y a juicio de algunas otras personas, una sociedad y un país que va difuminándose, que hace ya algún tiempo ha iniciado un proceso de disolución que en los últimos tiempos se ha acelerado. Es la nuestra una sociedad que como producto de nuestras acciones y omisiones va poco a poco diluyéndose, hasta que llegue un momento ─si no hacemos algo para evitarlo─ en que se nos irá por la alcantarilla como el agua de la lluvia. Un ─y solo un─ aspecto de esto que le digo es el hecho que Nicaragua no actúa como una nación, no se comporta como tal. Hay grupos ─unos poderosos, otros menos poderosos─ que empujan y tiran cada uno por su lado. No tiramos todos juntos en una misma dirección, como ocurre en las sociedades más avanzadas, en las que se lleva hacia adelante el interés de la nación. Nosotros nos preocupamos de nuestra individualidad, de nuestra familia y quizás de nuestro grupito social, los demás pueden muy bien comer mierda mientras nosotros comemos filete. Literalmente.
Más que una nación, nuestra sociedad es como una suma de diferentes mundos que ya ni siquiera forman un sistema, pues esta palabra da la impresión de un cierto orden y en Nicaragua parece reinar más bien el caos de los tiempos primigenios. Esos varios mundos que conforman lo que llamamos Nicaragua, se entrecruzan a veces los unos con los otros, giran sobre algunos ejes compartidos y comparten una referencia espacial, nada más. Ya hablaremos más adelante sobre estos conceptos.
Mis amistades piensan que me he rendido, que he bajado a la realidad y he recuperado mi cordura porque ya no tengo el mismo tono apasionado, insurrecto, con el que llegué al país hace ya más de dos meses, porque según piensan ya no ando alzado conspirando por acá y acullá, tratando de bajarme al risible dictador y su caricaturesca putilla. No, amigas y amigos míos, estoy más loco que nunca y si he estado callado últimamente es porque mis observaciones de las últimas semanas me han dejado con la boca abierta, sin habla, porque rasgando en la superficie de las cosas me he venido dando cuenta que la dictadura es de juguete y se caerá sin mucho esfuerzo, sola casi y que el monstruo que debemos enfrentar es otro, mucho más grande y terrible. Lo que con este país está ocurriendo es a mi juicio tan serio, tan peligroso, tan vital, que mi preocupación por la dictadura ha pasado a un segundo plano. Sigue siendo urgente derrocar a la dictadura y hay que trabajar para lograrlo, pues cualquier cambio para bien empieza por ahí, pero también hay que trabajar y muy fuertemente, para encaminar esta sociedad por otro rumbo que ese que usted, yo, mi vecina, los políticos, todos pues, le hemos venido dando. La conspiración, por así decirlo, debe pasar también a otros niveles, más allá de las miserias de nuestro nauseabundo mundillo político.
Para profundizar en esto que hoy le digo empezaré ahora hablándole de Managua y continuaré hablándole aún en algunos otros posts. Managua no es Nicaragua, aunque sus habitantes así quieran creerlo. Es un poderoso miembro, pero no es el país todo y no todas las cosas se deciden en este horroroso lugar, aunque en esta capital ocurren cosas que marcan al país profundamente. Lo que usted probablemente no se ha detenido a pensar es que Managua, además de ser ese enorme espacio habitado a la buena de Dios por una mezcolanza de gentes, es también un archipiélago, un conjunto de islas. De eso voy a hablarle en mi próximo post.