Hay en lo que yo insisto en llamar ─aunque no lo sea─ “el archipiélago de Managua”, una isla en particular que es una vergüenza para Nicaragua toda y la sociedad toda. Un espacio que muestra mejor que cualquier otro la profunda crisis que vive el país, que deja en evidencia que hemos fracasado. Se trata del lugar conocido como “La Chureca”, el basurero de la ciudad de Managua. En ella viven grupos de gentes que hacen su vida en ese basurero, viviendo en pleno siglo XXI en peores condiciones que aquellas de los primeros grupos humanos, cuando apenas empezábamos a andar erguidos y a enseñorearnos de la Tierra, cuando apenas empezábamos a pensar. Son seres que viven como las hienas, alimentándose de los restos que la sociedad les arroja y peleándose por los pedazos de carroña que constituyen su alimento. Son seres condenados por pecados que nunca cometieron a conducir su miserable existencia entre la basura y el excremento de una ciudad podrida. Ahí comen, ahí rezan a su Dios, ahí se aparean y ahí paren a sus hijos, entre la mierda de los demás.
En esta isla queda en evidencia, mucho más claramente que en otras partes, lo lejos que estamos de ser una nación y el poco interés que sentimos los nicaragüenses los unos por los otros. Olvídese de todos esos cuentos de la solidaridad entre los nicaragüenses, olvídese de que nos amamos los unos a los otros, que nos preocupamos los unos por los otros, como acostumbramos decir. En nuestro pequeño país estamos rompiendo ya los últimos hilos del tejido social y en esta sociedad que se hunde, el grito no es ya “sálvese quien pueda” sino más bien “sálvese quien pueda pasando por encima de quien sea”. No tenemos muchos reparos en pararnos sobre las cabezas de los demás para poder mantener nuestra propia cabeza fuera del agua. “Que se jodan los otros si con ello puedo salvarme yo” parece ser lo que nos guía. No nos mueven ya elevados ideales, lo que nos mueve son los más bajos instintos.
Olvídese del cuento de que los nicaragüenses somos todos hermanos porque, pudiendo impedirlo, ningún hermano permitiría que su hermano se deshumanizara de tal modo que tuviera que comportarse como una bestia salvaje para hacerse de un pedazo de carroña para poder subsistir. Ningún hermano permitiría que su hermano llegara a los extremos de miseria a los que se llega en esta isla de los condenados de la tierra. A los extremos de deshumanización que aquí llegamos.
Las visiones de Juan en el Apocalipsis se repiten día a día, hora tras hora en esta isla de los condenados, en este primer círculo del infierno. A este espacio hemos enviado a estas pobres criaturas inocentes a pagar por nuestros pecados, a lavar nuestras culpas, a sufir por nosotros, a redimirnos para que nosotros podamos seguir alegremente con nuestras propias viditas.
Nota: las fotos que acompañan mi texto son obra de Gunnar Salvarsson un fotógrafo profesional islandés que generosamente me permite usarlas aquí. Vaya para él desde acá mi más profundo agradecimiento. Las fotos de este post y cientos más de otras fotos de Gunnar, de gran calidad, puede usted encontrarlas en http://www.flickr.com/people/gunnisal/