Las
cosas que en esta nota escribo son cosas que muchos hemos dicho ya
desde mucho antes de abril del 2018 y hemos repetido una y otra vez
en los casi tres años transcurridos desde entonces. A estas alturas
todos deberían saber esto que aquí escribo pero comunicándome por
aquí y por allá con nicas de todas partes y leyendo los comentarios
que circulan en las redes, me doy cuenta de que hay muchas personas
que parecen desconocerlas. Para ellas escribo esta nota, lo más
sencillamente que pueda para ver si de ese modo entienden al fin que las elecciones que vienen son un engaño nada más, un truco de Ortega para conservar su poder y su fortuna. Las elecciones no cambiarán nada, quizás sólo cambie la apariencia de las cosas, que detrás del disfraz serán las mismas de siempre.
El poder no se rifa. Allá a finales de la década de 1980 mucha gente decía a Ortega que ganaría de calle si iba a elecciones y él estaba convencido de que así sería de tal modo que se sorprendió cuando perdió las de 1990, que no estuvieron bajo su control y fueron limpias. Adicto al poder ya desde entonces, aquel hombre casi cayó muerto de tristeza (busque si no me cree las fotos de aquella época). Habrá sido entonces que Ortega decidió que al obtener de nuevo la presidencia no sometería nunca más su poder al juicio de las volubles masas, y cuando finalmente subió de nuevo a la presidencia, se construyó un organismo electoral a su imagen y semejanza para garantizarse que él y solo él decidiría quién ganaría y quién perdería toda elección que se realizara en el país. Una vez de regreso en la silla que tanto le gusta hizo eso precisamente, se creo un Consejo Supremo Electoral que le obedece ciegamente.
El ejecutivo se puede prestar. Ortega ha estudiado y copiado a los dictadores que mangonearon Nicaragua antes que él y probablemente a otros de otros países y sabe que a veces, para asegurar la propia tranquilidad y a veces la sobrevivencia, es necesario fingirse demócrata y dejar que se haga cargo del ejecutivo alguien que parezca independiente, alguien que será llamado presidente pero no tendrá el poder pues ese permanecerá en las manos del dictador. Así, el o la presidente estará a cargo del ejecutivo mientras el ejército y la policía y hasta la Asamblea Nacional seguramente, permanecerán fieles y obedientes a Ortega, quien además de los órganos formales dirige un ejército de paramilitares y tiene sus propios aparatos de inteligencia y control. No importa si la persona que gana la elección es cristiana o es atea, en su corazón será Orteguista.
Mientras sea el Consejo Supremo Electoral de Ortega quien las organice, en Nicaragua no habrá elecciones. Serán otra cosa pero no serán elecciones, por más que las llamen de este modo. Serán una enorme farsa realizada con la complicidad de organismos regionales afines al sandinismo para guardar las apariencias frente a la comunidad internacional y para hacer creer a los nicaragüenses ingenuos que en realidad se hizo una elección y que los votos fueron contados, pero no será nada más que eso: una farsa enorme, una burla dolorosa al país todo y especialmente a la memoria de quienes murieron enfrentando a la dictadura o están presos o en el duro exilio. Por supuesto, para garantizar que se produzcan elecciones limpias se necesitaría de muchas otras acciones que van más allá de solo transformar de raíz el organismo electoral y reformar la ley electoral, pero no voy a referirme a ellas aquí pues esta nota sería entonces demasiado extensa.
En Nicaragua los votos ni cuentan ni se cuentan. Desde que Ortega se apoderó por completo del Consejo Supremo Electoral, los resultados de las “elecciones” llevadas a cabo por este organismo están determinados antes de que ellas se produzcan. Se conoce de antemano cuántos votos se anunciará que obtuvo cada cual, se sabe quién “ganará” y quién “perderá” y se acomodan las cifras de votos para que se correspondan con el resultado deseado. No importa por quien votés, tu voto no cuenta, no sirve para nada, es menos valioso que la hoja de plátano de un nacatamal ya comido. Hay mil y un trucos que los sandinistas a todos los niveles utilizan, unos más burdos y descarados que otros, para procurar esconder la manipulación de las cifras, desde las urnas de votación hasta el lugar central de cómputo de los datos. Al final, las cifras anunciadas no se corresponden para nada con la realidad de la votación.
Ortega no confía en nadie, ni siquiera en aquellos que le juran lealtad y le dicen señor, señor. Por eso, incluso en aquellos lugares donde tiene simpatizantes y quizás ganaría si la elección fuese limpia, el número de votos obtenidos por cada uno de los “candidatos” no se deja al azar y es establecido de antemano, no importa si los electores votaron por Ortega o por cualquier otro. Ortega tiene alergia al voto popular. Ya una vez fue desagradablemente sorprendido y no quiere volver a sufrirlo y no lo sufrirá. El resultado de la elección estará arreglado de antemano y será el que Ortega ordene y ningún otro.
Todos los candidatos son colaboracionistas. Todos los candidatos y todas las candidatas saben bien estas cosas que estoy diciéndole (aquí uso el lenguaje inclusivo para que no se escondan las desvergonzadas detrás del lenguaje patriarcal). Todos y todas saben que participando en la “elección” están legitimando al gobierno de Ortega, dándole una mano de pintura democrática, pero no les importa. Les importa más la ganancia personal pues todos ellos y ellas ganan, aunque no salgan “electos” al cargo que persiguen. Es igual con quienes están detrás de cada candidato o candidata, todos y todas van buscando el beneficio personal, un empleo, una teta de la escuálida vaca del erario para pegarse a ella. En Nicaragua la dignidad se vende y se compra como en una pulpería. Como dicen algunos “mejor que me digan piñatero y no pobre” y allá van todos y todas con mucho entusiasmo detrás de la piñata de la fiesta electorera, una fiesta, vale decirlo, que como siempre es pagada con los bienes del pueblo.
Todos son candidatos de la dictadura. Sí, en las elecciones participarán únicamente aquellos candidatos y candidatas que cuenten con la venia “del hombre”. Todos han sido puestos en la balanza y aquellos grupos políticos y candidatos que no den el peso y el dictador no apruebe quedarán fuera del juego. Su consejo electoral da y quita personerías jurídicas e inhabilita candidatos a todos los niveles según le manda Ortega.
La campaña electoral es una farsa. Las concentraciones, las marchas y otros actos públicos son escenas nada más del teatro del engaño electoral. Sirven para guardar las apariencias y son también elementos para la negociación con Ortega, para procurar convencerle de dar más votos a unos que a otros. Es coqueteo puro con el viejo tirano, con “coyoles”, por más que en los discursos se le digan pestes. Es también engaño al pueblo humilde, utilización descarada, impúdica manipulación de sus sentimientos.
Nadie defenderá tu voto. Aquellos que dicen que después de las elecciones van “a defender el voto” son canallas nada más, cínicos y perversos. Saben que el voto de usted no vale nada, que es papel mojado. Ellos y ellas saben que lo que aquí escribo es la pura verdad y sin embargo pretenden embaucarlo a usted y quizás, para la conveniencia de ellos y en el colmo de la crueldad hasta llegarán a instigarlo para que vaya usted a enfrentarse con los sicarios de la dictadura “a defender su voto”.
El voto se defiende antes de depositarlo, luchando por derrocar a la dictadura y para crear luego las condiciones para realizar unas elecciones verdaderamente libres y limpias. Una vez que se entra al juego de Ortega y se aceptan sus reglas no hay manera de cambiar el resultado, los participantes de esa ópera bufa lo saben muy bien.
Antes y después, como siempre, habrá pacto. Lo he dicho repetidas veces, gracias al pacto que los hermanos Ortega, en ese entonces juntos aún, hicieran con su agente encubierto Antonio Lacayo, yerno de la señora Violeta Barrios vda. de Chamorro, se mandaron a la basura los votos del pueblo que la habían elegido presidente y se les regresó a los Ortega el poder que habían perdido. Además de eso, se les permitió a ellos y sus allegados alzarse con miles de millones de dólares que pertenecían al pueblo de tal modo que abandonaron el gobierno felices, ricos y gordos como cerdos cebados. Los pactos son siempre escamoteo del poder popular. Fuera de los ojos de las gentes se desarma, se desnuda al pueblo y se le quita todo poder, pues el poder, para las élites, es cosa demasiado fina como para dársela al vulgo. “Las perlas no son para los cerdos”, dicen, citando a Mateo sin saberlo.
Antes y después de las “elecciones” se negociarán las carnes del pueblo, se repartirán los cargos y Ortega, el dueño del poder, dará a cada uno un pedacito, no mucho, quedándose el mismo con la parte del león.
Las elecciones de Ortega solo le sirven a Ortega, le dan oxígeno a la moribunda dictadura. Aquellos que en ellas participan no están haciéndole ningún favor al pueblo, todo lo contrario, solo están garantizando una dictadura per saecula saeculorem.
Aquí termino. Podría decir más, pero no es necesario, creo que basta con lo que aquí escribo para entender que esas elecciones no cambian nada y que con ellas no se derrotará a la dictadura sino que por el contrario, se la fortalecerá. Esos discursos triunfalistas de los candidatos son una vergüenza pues ya saben a qué conduce toda esta farsa. Todos los espacios han sido cerrados, es su parcela, es su maizal, y Ortega no dejará escapar chancho con mazorca.