Lo he dicho varias veces así que ya es hora de explicar lo que
quiero decir cuando digo que para librarnos de la dictadura tenemos
que plantarnos como las mulas. Se lo voy a explicar desde el
principio.
Un
día iba yo viajando con un campesino por un caminito allá en el
confín de una colonia de Nueva Guinea, en el Caribe nicaragüense, cada cual montado en una mula
y en cierto momento tuvimos que atravesar un puente de madera. Su
mula lo cruzó sin problemas, la mula que yo montaba no quiso subir
al puente, temerosa quizás, y retrocedió buscando un paso
alternativo. Yo quería dejarla hacer como ella quisiera, pero el
campesino me detuvo con un gesto.
–No,
amigo –me dijo, serio– tiene que hacerla cruzar por el puente si
no, esa mula agarra ética.
Era
su mula y no la mía así que obedecí y como pude, luchando con ella
y batallando por mantenerme en la albarda y clavándole las espuelas,
obligué a la mula a cruzar el puente. Pensé en aquel momento que el
campesino no sabría lo que significaba la palabra ‘ética’ y que
lo que entonces quiso decir fue que la mula agarraría una maña,
pero un día, años después, luego de muchos kilómetros recorridos
por malos caminos a lomo de mula o a pie jalando otras, terminé
enterrado de cabeza en un lodazal al que la mula que montaba me había
lanzado, harta de mí pues ya llevaba tres días en su lomo, y
entendí entonces que el campesino aquel había empleado la palabra
correcta.
Ya
me lo había dicho mi padre, que las mulas tienen mala fama gratuita,
que no son estúpidas y son animalitos muy inteligentes, más
inteligentes que mucha gente que anda por ahí. Tienen las mulas un
concepto claro de lo que está bien y de lo que está mal, de lo que
es permitido y lo que no lo es y no aceptan así sin más lo que a
ellas les parece injusto o incorrecto. No les gusta que las exploten
más allá de lo que ellas consideran aceptable y protestan cuando
ocurre. Si están acostumbradas a acarrear dos pichingas de leche no
aceptarán tranquilamente que un día se les ponga encima una
tercera, o un quintal de frijoles además de la leche. No aceptan
trabajar más allá de las horas que han aprendido a hacer. Si las
monta alguien que no sabe montar, o es muy pesado, o les clava las
espuelas sin necesidad y les hace daño, las mulas van a corcovear y
buscarán como apearse al montado. Si las ensilla alguien de mal modo
o alguien que no sabe hacerlo bien, sin suficientes peleros para
protegerles el lomo, por ejemplo, no se dejarán ensillar. Si se las
toca por lugares que a ellas no les gusta, como un pie
accidentalmente metido en el ijar, van a corcovear
también. No les gusta ser maltratadas y no aceptan el maltrato. No
aceptan ser tratadas con descuido. Si las tratás bien y cuidas bien de ellas,
las mulas estarán contentas y trabajarán con entusiasmo y harán
por vos todo lo que esté a su alcance, si no, serán una pesadilla.
La
mula tiene sus maneras de hacer saber que no está contenta, que no
está de acuerdo. Empieza con pequeñas señales como mover las
orejas, o la cola, o la cabeza y si no se le presta atención va
subiendo el tono hasta llegar al corcoveo para apearse la carga o el
montado. Si nada surte efecto y no se le presta atención, la mula
recurre a su más refinado instrumento, su herramienta última: se
planta. Se detiene y se queda parada y si está realmente harta, o
cansada y a punto de reventar, se echa y de ahí no se mueve más
hasta que descansa, o es aliviada de parte de su carga o se soluciona
lo que sea que la molesta, pero si nada cambia, si no se remedia la
situación que motivo el plantarse ahí se quedará per saecula
saeculorum. La mula está dispuesta a
dejarse matar antes que aceptar la injusticia, el maltrato. No
aceptará seguir adelante con una carga demasiado pesada o una
albarda chimándole el lomo y creándole una llaga. Así plantada más
de una ha muerto bajo el garrote de un amo violento, ingrato y
estúpido. La mula es la maestra de la lucha no violenta, es al reino
animal lo que Mahatma Gandhi es a los humanos.
Creo
que tenemos mucho que aprender de las mulas. Tendríamos que haber
aprendido antes, pero nunca es demasiado tarde. Tendríamos que haber
reclamado cada vez que se violaron nuestros derechos, cada vez que
nos acallaron con violencia, cada vez que nos impusieron cargas
demasiado pesadas. Tendríamos que haber reaccionado vivamente mucho
antes de abril del pasado año. Tendríamos que haber corcoveado
antes y apeado de encima la carga, no dejarles montar tan largamente
sobre nuestros lomos, pero aún no es tarde y por suerte hemos
despertado y aún le quedan a la mula muchos trucos, aún le queda su
truco último, el decir ‘matame si querés, hijo de puta, pero yo
de aquí no me muevo, quien se va sos vos, no yo’ y plantarse.
¿Cómo
se traduce eso en acciones? Ya andan varios hablando de estas cosas,
tenemos que escucharnos los unos a los
otros, ponernos de acuerdo, organizarnos.
Organización es la palabra vital.
En este escrito que les recomiendo leer encarecidamente, el
ciudadano que lo
escribe nos dice que
terminar de demoler el ‘edificio de la
opresión’ que ‘está dañado
estructuralmente’ y construir un nuevo
edificio, uno democrático, se puede hacer con ‘desobediencia
civil, parálisis fiscal, paro económico, y una eventual ocupación
de las calles’. Yo pienso que eso es precisamente plantarse como
las mulas. Que no nos puedan gobernar, que no tengan lomos en los que
subirse, en los que poner sus cargas. ¿Se
imaginan ustedes qué pasaría si todas las
mulas juntas nos plantáramos
simultáneamente? ¿se imaginan qué
ocurriría si les quitáramos el lomo a la dictadura, si no tuvieran
mula en que
montarse? Yo creo que no les quedaría más remedio que irse.
¿Que
eso no es fácil? Claro que no es fácil. Ninguna mujer que ha parido
dirá que su parto fue fácil, pero ninguna dice que todo aquel dolor
para parir su retoño no valió la pena. Todo
este dolor habrá valido la
pena cuando veamos el rostro de la nueva
Nicaragua, la democrática.