Desde el momento que un presidente se convierte en dictador pierde su legitimidad y el pueblo adquiere el derecho y la obligación de quitárselo de encima de la manera que sea, sin necesidad de esperar a que termine el período para el que fue escogido. La dictadura ─eso lo sabemos por dolorosa experiencia─ hay que arrancársela antes de que siga haciendo más daño, como una muela podrida, una uña encarnada o un tumor canceroso. Ortega empezó a convertirse en dictador apenas iniciado el período para el que fue elegido y se terminó de “graduar” como tal en algún momento del año 2008, cuando se vio claramente que hacía uso del poder de forma arbitraria, sin respetar o reconocer límites a su poder y actuando sin consenso con los gobernados, que son a fin de cuentas las tres cosas que en esencia definen a una dictadura y no, como se nos ha empujado a pensar la abierta represión y los muertos, pues eso viene más tarde.
Son ilusos aquellos que piensan que Daniel Ortega dejará el poder después de las próximas elecciones en las que él mismo será juez, parte y votante. El gobierno que surja después de realizadas estas elecciones será el que Daniel Ortega decida y punto. Será además ilegítimo, pues será el producto de una cadena de delitos contra la constitución y porque serán dirigidas por un poder electoral ilegítimo y parcial, que no tomará en cuenta la voluntad de los votantes y declarará ganador a quien Ortega le ordene, como lo hiciera ya en las pasadas elecciones municipales. Las próximas elecciones no deben realizarse si están siendo organizadas y dirigidas por este Consejo Supremo Electoral y si en ellas participan Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, ambos en abierta violación a la constitución y las leyes de la república. Aquellos que acepten acudir a una elección en estas condiciones y con esos ilícitos candidatos serán cómplices del grave delito que este dúo criminal pretende ahora realizar de nuevo. En las elecciones que vienen el gran elector ─el único elector─ será Daniel Ortega. Lo que el pueblo vote le tiene sin cuidado.
Para aquellos que están pensando que podrán librarse del dictador Ortega después de unas elecciones en las que él participe como candidato tengo dos palabras nada más: despierten, ilusos. El momento de bajarse a Ortega es ahora, antes de las elecciones. Una vez que la primera papeleta con el nombre de Ortega en ella sea depositada en una urna electoral será demasiado tarde y costará muchísima sangre, dolor y sufrimiento regresar a Nicaragua al camino de la democracia. Tendremos, otra vez, que rescatar a la república con la sangre de sus mejores hijos, tendremos que lavar la mancillada bandera con nuestras propias lágrimas.
Es lamentable que en Nicaragua buena parte de la clase política esté coludida con Daniel Ortega, que los políticos no se paren firmes en contra de éste, al lado del pueblo que dicen representar y que ya ha dicho de muchas maneras que no quiere dictadura. Es doloroso que ya no quede dignidad entre los políticos, que no tengan valor y que en su lugar sea un pequeño grupo de jóvenes inexpertos quien tenga que salir al frente a dar la cara por todos nosotros exigiendo lo que tenemos que exigir todos, empezando por nuestros representantes: que Ortega y Alemán no sean candidatos a presidente porque están impedidos de serlo por la ley y por la moral y que el organismo electoral sea saneado.
¿Qué esperan señores políticos “opositores” para exigir a como dé lugar el respeto a la ley, para frenar el paso a la dictadura exigiendo unas elecciones organizadas por otro CSE y sin Ortega ni Alemán como candidatos? Ya estuvieran. Mañana será demasiado tarde. Y ustedes, los viejos amigos de Ortega, aquellos que ayudaron a crear al monstruo y luego nos lo dejaron ahí para que nosotros viéramos que hacíamos con él, deberían también ocuparse en reparar el error, no es cuestión de decir ahora “adiós muchachos” o “yo ya estoy retirado, ahora le toca a los jóvenes”, nada de eso, ustedes tienen ahí una responsabilidad. No hacer nada es complicidad. Manos a la obra, todos, a bajarnos otra vez una dictadura.