Decía el año pasado, en un post en este mismo blog, que la investidura presidencial no le da a Ortega carta blanca para actuar como mejor le parezca y por el contrario, le manda ─y así lo dice el juramento presidencial─ a cumplir y hacer cumplir la constitución y las leyes de la república. Los límites al poder de cada uno de los poderes del estado están claramente definidos en la constitución y las leyes y cada vez que Ortega las desobedece, faltando a su juramento, se está saltando los límites de su poder, deslegitimándose, poniéndose fuera de la ley, como cualquier salteador de caminos, como cualquier dictador.
Hay dos cosas buenas que resultan de esta torpe movida de Ortega al ordenar a un grupo de “magistrados” de la Corte Suprema de Justicia emitir un remedo de sentencia -que es a todas luces una aberración jurídica- según la cual se le permite, violentando la constitución, presentarse como candidato a la presidencia en las elecciones del año 2011. La primera de esas dos cosas buenas que hay en todo esto, es que ya para todo el mundo es claro que Ortega es un dictador, que en Nicaragua no tenemos ya democracia sino dictadura. La segunda cosa buena es que con esta movida el dictador ha quitado toda legitimidad a su gobierno y ya no es necesario esperar a que termine su período de gobierno para sacarlo. Es una obligación de los nicaragüenses sacudirse esta dictadura así como se sacudió la de los Somoza. Por una cuestión de principios el pueblo de Nicaragua no puede permitirle a Ortega presentarse como candidato a la presidencia. No puede permitirle pasar en este caso por encima de la Carta Magna. Tampoco puede permitirle seguir al frente del gobierno: Ortega debe irse y debe irse ya. Esta ha sido únicamente la gota que rebosa el vaso, el último eslabón de una bien organizada cadena de delitos de la que la víctima es el pueblo nicaragüense.
Un pueblo puede bajarse una dictadura en el momento que mejor le parezca, haya o no haya unos procedimientos jurídicos establecidos. En 1979 faltaban aún dos años al dictador Somoza para terminar su gobierno, aproximadamente el mismo tiempo que le falta al dictador Ortega y nadie siguió entonces unos procedimientos jurídicos para apartarlo del poder. En el único lenguaje que el dictador entendía, el pueblo le ordenó irse. Esta vez será más fácil que entonces porque esta dictadura es mucho más frágil que aquella y este es sólo un remedo de dictador. No nos equivoquemos, sin embargo: el precio será más bajo que entonces, pero no lo sacaremos gratuitamente de esa silla que tanto le gusta. Mientras más inteligentes seamos nosotros más bajo será el precio que pagaremos, pero no podemos pensar que podremos derrocar al dictador sin hacer algunos sacrificios. Este dictador no tiene un ejército regular para reprimir al pueblo, como tenía Somoza, pero tiene en su lugar -cosa increíble en cualquier país civilizado- grupos de criminales armados con los que pretende suplir esa deficiencia. Este dictador no tendrá reparos, como no los tuvo Somoza, de matar a gente inocente con tal de perpetuarse en el poder. El anciano miskito que las turbas orteguistas en complicidad con la policía mataron en Bilwi hace unos días es nada más que el primero de los mártires en esta nueva lucha libertaria.
Es hora de ir pensando qué cosas haremos cuando Ortega y su sombra se hayan ido. Aprovechando la experiencia de hace treinta años, es hora de ir pensando en la integración de una junta de gobierno para hacerse cargo de dirigir el país mientras se celebran unas elecciones limpias y transparentes, organizadas por un órgano diferente que esa monstruosidad que ahora tenemos cuyo único fin es legitimar las acciones del dictador. Yo creo que aún hay justos en Nicaragua capaces de integrar esa junta de gobierno, sanear sus instituciones y llevar el país a tierra firme.
Es hora de ir pensando en las acciones que llevaremos a cabo para reconstruir el país y unir la nación una vez que la dictadura y su orden inicuo de cosas hayan caído. Habrá que ir pensando cómo garantizamos que esta vez no nos desviemos de los caminos democráticos y construyamos al fin una patria digna de la que estemos todos orgullosos.
[Si aún no lo ha dicho, Alemán, el socio del dictador, en algún momento dirá que no hay que temer a Ortega, que hay que enfrentarlo en las elecciones con una oposición unida. Ese es el papel que Ortega le ha asignado hacer ahora y más adelante le encargará desunir a la oposición del mismo modo que lo hizo en las elecciones del 2006. En esta barrida tanto Ortega como Alemán tendrán que irse, no se deje usted engañar de nuevo]