martes, 31 de julio de 2018

El ejército cómplice





Alguien me decía hoy que el ejército nicaragüense no intervino en la pasada insurrección pacífica del pueblo. Esa es o una afirmación ingenua o una afirmación cínica, malintencionada. El ejército sí intervino y su papel en la insurrección fue decisivo: inclinó el fiel de la balanza a favor de Ortega y en contra del pueblo. Si a estas alturas Ortega está aún ahí donde está, en completa oposición a la voluntad de todo un pueblo, aún en pie después de la enorme marejada del pueblo alzado, es gracias a la intervención del ejército. Esto debemos tenerlo claro para la próxima, inevitable, definitiva vez en que el pueblo se levante.
Vamos por partes, no me refiero a si miembros del ejército formaron parte o no de los grupos de sicarios enmascarados del régimen o si el ejército proveyó a estos grupos de armas y pertrechos y apoyo logístico. Eso en realidad es secundario, esa es una de las maneras de intervenir. Uno hace cosas por acción o por omisión, uno interviene haciendo o dejando de hacer. Me refiero a que el ejército intervino principalmente por omisión, al negarse a cumplir con su obligación de enfrentar, combatir y desarmar a los grupos paramilitares que como rabiosa jauría Ortega y su familia mandaron a pueblos y ciudades a reconquistar al costo que fuese el territorio recuperado por el pueblo. Esta intervención del ejército fue vital para Ortega. Si estos grupos armados hubiesen sido frenados en su accionar, si Ortega entonces hubiese dispuesto de la policía nada más para enfrentar al pueblo envalentonado y protegido detrás de las barricadas, el dictador habría tenido que irse pues sus fuerzas no habrían podido resistir el embate de la población. El pueblo tenía al dictador al borde del abismo pero la cosa cambió cuando los sicarios orteganos pagados con el dinero del pueblo mismo fueron dejados en libertad de acción y como manadas de hienas se ensañaron en la población desarmada y a punta de sangre y fuego redujeron la resistencia, destruyeron las barricadas y pusieron en huida a los valientes que detrás de ella se resguardaban pues prácticamente desarmados no podían hacer mucho frente a la horda ortegana armada hasta los dientes y sedienta de sangre.
En esto no hay vuelta de hoja, el ejército tenía la obligación de desarmar a los paramilitares y no lo hizo. Eso habría equilibrado la balanza, hubiese puesto en igualdad de condiciones al dictador y su gente frente al pueblo alzado pacíficamente. Si hubiera hecho eso el ejército habría sido neutral.
Alegando neutralidad el ejército se hizo cómplice del dictador en todos sus crímenes cuando en incumplimiento de su deber constitucional de garantizar su exclusividad de grupo armado en el territorio nacional se hizo de la vista gorda, se quedó en los cuarteles y dejó a los sicarios hacer lo que quisieron. Se hizo cómplice del dictador al fallar en su deber constitucional de defender a los nicaragüenses frente a grupos criminales armados. Es cómplice en todas la muertes, en todos los heridos, en todas las desapariciones y en la enorme destrucción de vidas y propiedades de los nicaragüenses. El general Avilés tiene las manos manchadas de sangre, la sangre de los héroes de la resistencia de los cien días.
Si no me cree se lo digo de otra forma, que es parecida pero no es igual: si un hombre viola a una mujer frente a mis ojos y yo miro para otro lado y le dejo hacer, yo soy cómplice de esa violación. Si en lugar de buscar un garrote para darle en la nuca me quedo ahí a la par suya sin hacer nada viéndolo cometer su crimen, soy su cómplice. Yo no puedo alegar neutralidad pues no hacer nada no es lo mismo que ser neutral, pero además, las leyes no mandan al ejército ser neutral, le mandan y demandan estar del lado del pueblo, defenderlo, protegerlo. En el caso del hombre que no defiende a la violada su abogado podría decir que no está obligado por la ley a defenderla, en el caso del ejército su obligación era intervenir activamente, evitar los crímenes de la horda ortegana.
A veces nos enredamos en larguísimas discusiones dizque filosóficas sobre cosas que están más claras que el ojo del piche.
Cuando caiga la dictadura, y no me cabe duda de que más temprano que tarde habrá de caer, una de las primeras cosas que el nuevo gobierno tendrá que hacer será depurar el ejército. El primero en ser separado de su cargo y en responder por su participación en los crímenes cometidos por la dictadura en los cien días heroicos tendrá que ser el general Avilés. No será el único que tendrá que responder, sólo será el primero.



viernes, 27 de julio de 2018

Ido

 

Si hace sólo dos semanas me hubiera preguntado usted qué pensaba yo de Daniel Ortega, el dictador de Nicaragua, le habría yo respondido que en mi opinión, luego de esos tres meses de heroico levantamiento pacífico del pueblo, el pobre diablo este era como uno de esos personajes de cuento que se ha muerto ya y aún no se ha dado cuenta de que el alma ha dejado el cuerpo y continúa con su vida cotidiana, haciendo lo que siempre hacía. Le habría dicho yo que era cuestión de muy poco tiempo para que el cadáver empezara a pudrirse y heder horriblemente, tanto que el ejército de Nicaragua diría entonces ‘ese muerto no lo cargo yo, que lo cargue el que lo mató’ y procedería a dar sepultura al pestilente cadáver. Pensé que los militares harían lo que desde hace tiempo ya es su obligación hacer, del mismo modo que otros socios y amigos le han abandonado ya, Luis Almagro incluido, pues no quieren inmolarse con un cruel dictador decimonónico.

El dictador estaba ido, pensaba yo hace dos semanas pues nunca su precario gobierno estuvo en más vulnerable posición que entonces. Bastaba con que el pueblo se decidiera a darle el golpe decisivo, bastaba con plantarse como las mulas y no moverse más sino hasta que se fuera. Se habría ido seguramente, nadie lo habría salvado pues la complicidad del ejército también tiene sus límites y sus jefes no van a hundirse junto con el caudillo, convertido ya en una caricatura, en una despreciable piltrafa humana. Hubo mucha gente que estuvo clara de todo esto y a gritos pidió paro nacional, pero éste no se produjo pues no todos los actores en este drama responden a los intereses del pueblo, por más que juren hacerlo. Quizás el pueblo mismo no entendió el enorme poderío que en esos días de furia no muy violenta había logrado adquirir, lo que no es tan raro pues como decía mi fallecido amigo el doctor López ‘uno sólo ve aquello que conoce’ y este pueblo sólo en muy contadas ocasiones en su historia ha conocido un poder como el que ahora tiene en sus manos y siendo un pueblo tan joven, son pocos los que lo conocieron y pocos en consecuencia los que pueden verlo. El pueblo no está consciente de su propio poder, intuye que es poderoso pero no sabe cuánto.

Dos semanas más tarde pienso que, aunque de otro modo, el dictador sigue estando ido. Voy a explicarle por qué pienso así, pero para darme a entender tendré que recurrir a las artes mágicas.

Mucho antes de que Hollywood descubriera cuánto dinero puede ganarse con historias de zombis, no importa cuan simples, la bruja Hermelinda Linda, personaje de historietas mexicanas de las décadas 70 y 80 del pasado siglo se dedicaba, a solicitud de su clientela, a traer de nuevo frescos cadáveres al mundo de los vivos, haciendo uso de mágicas pociones y extrañas operaciones. Como los zombis en las películas de Hollywood, los de Hermelinda regresaban a este mundo sin estar ellos realmente vivos. Ya no eran lo mismo que habían sido en vida. Parafraseando al poeta, tenían muerta el alma aunque vivían todavía. Eso es lo que estamos viendo ahora en la figura del dictador, un muerto andante, aferrándose a una vida que ya no tiene, moviéndose por el mundo de los vivos sin estar él mismo vivo. En las historietas de Hermelinda, los cadáveres eran traídos ‘a la vida’ para la conveniencia, usualmente financiera, de sus allegados. Eso es lo que vemos ahora precisamente. Hay un grupúsculo con intereses financieros vinculados de una y mil maneras a los del dictador, que dependen de que éste se mantenga sentado en su inestable silla, no importa si vive o muere, si es él quien está ahí o su cadáver, pero que esté ahí al frente, aunque para ello todo un pueblo deba ser abatido. Sin ser excluyente, diré que de ese grupo forman parte familiares, miembros de su ‘partido’, militares, ‘empresarios’ y otros, que crearon grandes fortunas o las aumentaron enormemente en la comodidad que les brindaba la sombra del dictador. Algunos de ellos se le han separado ya y hasta pueden verse sentados allá entre el grupo de quienes adversan al déspota, repudiando ahora a quien tan útil les fuera, a ese que en público decían despreciar aunque en la intimidad, donde nadie les veía, se le entregaban a cambio de sus favores, a cambio de unas cuantas monedas.

Aquellos pues, quienes a él están atados, han dado vida y mantienen ahí sentado en su silla al maloliente cadáver, haciéndole creer que vive aún, algunos creyéndolo realmente, otros sabiendo que no les queda mucho tiempo para apartarse de él y no caer junto con él, hechos trizas, cuando el pueblo descubra su enorme poder y su fuerza volcánica y regrese, ahora más decidido, a terminar lo empezado pues entonces, de esa estructura que parecía indestructible, inamovible, no quedará piedra sobre piedra.

En la próxima: cómo se baila este trompo en una uña. 

(La ilustración es de Fernando Art, encontrada en https://sosnicaraguareporte.com/galeria )