Alguien me decía hoy que el ejército nicaragüense no intervino en la pasada insurrección pacífica del pueblo. Esa es o una afirmación ingenua o una afirmación cínica, malintencionada. El ejército sí intervino y su papel en la insurrección fue decisivo: inclinó el fiel de la balanza a favor de Ortega y en contra del pueblo. Si a estas alturas Ortega está aún ahí donde está, en completa oposición a la voluntad de todo un pueblo, aún en pie después de la enorme marejada del pueblo alzado, es gracias a la intervención del ejército. Esto debemos tenerlo claro para la próxima, inevitable, definitiva vez en que el pueblo se levante.
Vamos
por partes, no me refiero a si miembros del ejército formaron parte
o no de los grupos de sicarios enmascarados del régimen o si el
ejército proveyó a estos grupos de armas y pertrechos y apoyo
logístico. Eso en realidad es secundario, esa es una de las maneras
de intervenir. Uno hace cosas por acción o por omisión, uno
interviene haciendo o dejando de hacer. Me refiero a que el ejército
intervino principalmente por omisión, al negarse a cumplir con su
obligación de enfrentar, combatir y desarmar a los grupos
paramilitares que como rabiosa jauría Ortega y su familia mandaron a
pueblos y ciudades a reconquistar al costo que fuese el territorio
recuperado por el pueblo. Esta intervención del ejército fue vital
para Ortega. Si estos grupos armados hubiesen sido frenados en su
accionar, si Ortega entonces hubiese dispuesto de la policía nada
más para enfrentar al pueblo envalentonado y protegido detrás de
las barricadas, el dictador habría tenido que irse pues sus fuerzas
no habrían podido resistir el embate de la población. El pueblo tenía al dictador al borde del abismo pero la cosa
cambió cuando los sicarios orteganos pagados con el dinero del
pueblo mismo fueron dejados en libertad de acción y como manadas de
hienas se ensañaron en la población desarmada y a punta de sangre y
fuego redujeron la resistencia, destruyeron las barricadas y pusieron
en huida a los valientes que detrás de ella se resguardaban pues prácticamente desarmados no podían hacer mucho frente a la horda ortegana armada hasta los dientes y sedienta de sangre.
En
esto no hay vuelta de hoja, el ejército tenía la obligación de
desarmar a los paramilitares y no lo hizo. Eso habría equilibrado la
balanza, hubiese puesto en igualdad de condiciones al dictador y su
gente frente al pueblo alzado pacíficamente. Si hubiera hecho eso el
ejército habría sido neutral.
Alegando
neutralidad el ejército se hizo cómplice del dictador en todos sus
crímenes cuando en incumplimiento de su deber constitucional de
garantizar su exclusividad de grupo armado en el territorio nacional
se hizo de la vista gorda, se quedó en los cuarteles y dejó a los
sicarios hacer lo que quisieron. Se hizo cómplice del dictador al
fallar en su deber constitucional de defender a los nicaragüenses
frente a grupos criminales armados. Es cómplice en todas la muertes,
en todos los heridos, en todas las desapariciones y en la enorme
destrucción de vidas y propiedades de los nicaragüenses. El general Avilés tiene las manos manchadas de sangre, la sangre de los héroes de la resistencia de los cien días.
Si no me cree se
lo digo de otra forma, que es parecida pero no es igual: si un hombre
viola a una mujer frente a mis ojos y yo miro para otro lado y le
dejo hacer, yo soy cómplice de esa violación. Si en lugar de buscar
un garrote para darle en la nuca me quedo ahí a la par suya sin
hacer nada viéndolo cometer su crimen, soy su cómplice. Yo no puedo
alegar neutralidad pues no hacer nada no es lo mismo que ser neutral,
pero además, las leyes no mandan al ejército ser neutral, le mandan y
demandan estar del lado del pueblo, defenderlo, protegerlo. En el
caso del hombre que no defiende a la violada su abogado podría decir
que no está obligado por la ley a defenderla, en el caso del ejército
su obligación era intervenir activamente, evitar los crímenes de la
horda ortegana.
A
veces nos enredamos en larguísimas discusiones dizque filosóficas
sobre cosas que están más claras que el ojo del piche.
Cuando
caiga la dictadura, y no me cabe duda de que más temprano que tarde
habrá de caer, una de las primeras cosas que el nuevo gobierno
tendrá que hacer será depurar el ejército. El primero en ser
separado de su cargo y en responder por su participación en los
crímenes cometidos por la dictadura en los cien días heroicos
tendrá que ser el general Avilés. No será el único que tendrá
que responder, sólo será el primero.