martes, 24 de noviembre de 2009

El sí de las bellas


Las mujeres bellas me han fascinado siempre, desde pequeñito, y allá, en los primeros años de la adolescencia, me atreví incluso a enamorarlas. Para entonces tenía un primo que observaba mis inútiles esfuerzos con las bellas y me bajaba de vez en cuando a la realidad con una lógica que no admitía reparos. Un día que estábamos sentados en una banca del parque Carazo, allá en Rivas, vimos pasar a la más linda de todas las jovencitas del pueblo, que amable como era nos saludó al pasar. Le conté a mi primo que estaba enamorado de ella y hasta le mostré los poemas que le había escrito y le había estado haciendo llegar secretamente, como hacían los héroes de las novelas francesas y rusas que entonces empezaba yo a leer. Mi primo, que no sabía de sutilezas me lanzó una pregunta que jamás olvidé.

-¿Qué vas a hacer si esa niña, de pura casualidad o pura suerte te para bola? -me dijo y yo habré puesto una cara de idiota porque él siguió martillándome el cerebro con sus preguntas.

-¿Si te pronto ella te dijera que sí, qué vas a hacer entonces? ¿lo has pensado? Suponiendo que te prefiera a vos, todo flaquito, hecho mierda y palmado y no a sus enamorados ricos y guapos y te diga que sí ¿cuál será entonces tu siguiente paso? Pensalo, pensalo bien primito -me dijo y desde entonces la pienso dos veces antes de flirtear con las bellas o lanzarme a empresas audaces, porque ¿y si tengo éxito? ¿seré capaz de hacer frente a lo que se me vendrá encima?

Le cuento esto porque quiero ahora hacer con usted un pequeño ejercicio. Usualmente repudio los ejercicios intelectuales del tipo “qué hubiera pasado si...” por considerarlos inútiles, pues las cosas que ocurrieron ya ocurrieron y no es ni era posible hacerlas ocurrir de otro modo, pero en este caso voy a hacer una excepción pues no encuentro otra manera de decir lo que quiero decir. Supongamos pues que la marcha del día 21 recién pasado hubiera tenido el más grande de los éxitos. Soñemos que el pueblo todo, harto de la dictadura sale a la calle y allá se queda hasta que el dictador, sin apoyo de nadie, se ve forzado a renunciar y se va para Venezuela, con su esperpento y su prole, como el caimán que se fue para Barranquilla. Sigamos suponiendo y supongamos que las organizaciones de la sociedad civil, los partidos políticos y todo quien pueda tener vela en este entierro logran ponerse de acuerdo y se organiza una junta de gobierno y un gabinete de reconstrucción nacional, encargado de conducir el país hasta el momento en que se celebrarían unas nuevas elecciones.

Claro que las cosas mejorarían, como mejoraron en julio del 79, en el momento en que se fue Somoza y como mejoraron el 25 de febrero, la primera vez que el pueblo le dijo no a Ortega en unas elecciones libres. Después de Somoza cualquier cosa, decíamos en el 79 y fue cierto por algún tiempo. Después de Ortega también era mejor cualquier cosa y lo fue también por un muy corto tiempito. En ambos casos, en 1979 y en 1990 fuimos incapaces de construir la democracia, de construir un país que sea mejor que una dictadura de derecha o una dictadura de unos cuantos en nombre de un invisible e inexistente proletariado. Fuimos incapaces de escapar a la maldición que parece acompañarnos y condenarnos a viajar permanentemente en círculos para volver cada cierto tiempo al mismo punto de partida, cada vez más pobres, cada vez más tristes, cada vez más hastiados de este descenso permanente. Tenemos un país en el que nos hemos venido cagando los unos y los otros, nosotros y no otros, hasta convertirlo en el paisito que ahora es. La nación jamás hemos podido construirla, por más que lo juremos y lo perjuremos y a casi dos siglos de independencia seguimos siendo los mismos que políticamente éramos entonces. Nuestros timbucos y calandracas han viajado en el tiempo sin que el tiempo les transforme.

Pero este es un post alegre, con el que pretendo animarle a usted, así que regresemos al punto que nos ocupa. Hasta ahora hemos dejado en manos de los políticos la construcción de nuestra sociedad y ellos, ya lo hemos visto repetidamente en estos doscientos años transcurridos desde que España nos heredara este país, han fracasado estrepitosamente. Nuestros políticos no pueden ni quieren construir un país democrático porque en una democracia real y no falsificada como la nuestra, el tipo de político que tenemos no sobreviviría ni un solo día. Nuestros pequeños hombres políticos, nuestros gallitos de pelea, nuestros machitos y machines no tienen cabida en una sociedad democrática. Por ello, Ortega y Alemán, conscientes de su pequeña estatura, acomplejados, pero además malvados y enormemente ambiciosos de riquezas para llenar con ellas sus enormes vacíos, construyeron este esperpento de organización de la sociedad que ahora tenemos, tan alejado de un sistema democrático como la tierra lo está del sol.

Así que, piense: ¿qué haremos cuando el país nos diga que sí? ¿qué haremos cuando Ortega y Alemán desaparezcan del panorama, pateados por la pata rajada del pueblo? ¿qué sociedad habremos de construir? ¿cómo serán nuestras instituciones? Es necesario que vayamos pensando en estas cosas y vayamos actuando desde ya en consecuencia porque el sí de esta bella lo escucharemos dentro de muy poco tiempo, ya lo verá usted y hay que estar preparados. Para entonces debemos saber bien qué cosas vamos a hacer para que esta vez no regresemos como siempre al fondo del barril. Esta vez debemos involucrarnos todos, esta tarea es demasiado seria para dejársela a nuestros incapaces políticos. En mis próximos posts continuaré hablando con usted de estas cosas.

La foto pertenece a Jorge Mejía y se usa acá bajo la licencia Creative Commons 2.0. Para otras fotos del mismo autor sobre la marcha del dia 21/11 le recomiendo visitar la galería que el autor ha creado en flickr

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Bastará un empujón


Es la noche del martes 17 cuando esto escribo, madrugada del miércoles 18. No he podido dormir pensando en el paisito y me he levantado de la cama a ocuparme de lleno en estos pensamientos, aceptando que esta noche la preocupación no me dejará dormir. A casi diez mil kilómetros de distancia y diez años de haber salido del pequeño país nuestro, las cosas que allá ocurren me siguen doliendo, como si sólo estuviera a la vuelta de la esquina y como si apenas hubiese salido ayer. Hasta ahora no he dicho nada sobre lo que por allá está pasando en estos días porque lo que podría decir es que hay que ir hasta el fondo y siento que estando acá lejos, en la seguridad que me brinda la distancia, no es correcto pedir a otros que hagan cosas que uno no hará, por las razones que sean. El año pasado para estas mismas fechas estuvimos en la misma situación y entonces sí podía yo hacer un llamado a la acción pues en aquel momento estaba yo mismo en el ojo de la tormenta, haciendo lo que pedía a otros hacer. Desde este mismo blog le llamaba a usted a rebelarse contra el fraude.

Si yo estuviera en Nicaragua yo iría a la marcha del sábado 21 así como fui a la marcha que el año pasado frustraron las fuerzas armadas antidemocráticas del orteguismo. Yo creo en lo personal -y ya le explicaré esto más adelante- que hay otras formas de lucha más eficientes que esta marcha, pero ya que se ha convocado hay que acudir a ella, hay que hacerla bien y quién sabe, quizá estoy equivocado y esta marcha es en este momento lo mejor que se puede hacer. Sueño con que esta marcha baste para bajarse al dictador.

Es terrible que en pleno siglo veintiuno haya un tirano dispuesto a mutilar y a matar a su pueblo para evitar que se manifieste, porque tiene miedo que de ese modo se empiece a frustrar su deseo de continuar en el poder para seguir enriqueciéndose él y su familia. Pobre hombre, la codicia le ciega y para conservar y seguir haciendo sus millones de dólares no le importa matar a su pueblo de hambre, a pedradas y a morterazos. Me pregunto que dirían su padre, que lucho toda su vida contra la dictadura y su hermano Camilo, que luchó hasta la muerte contra el último de los Somoza. Seguro que se estarán dando vueltas en sus tumbas.

Hace un año decía yo que esta dictadura es frágil y que se encontraba en alitas de cucaracha: a punta de caer, quería decir. Un año más tarde la dictadura está más débil que nunca y bastará un empujón de una buena parte del pueblo para terminar de derrumbarla. Un empujón firme y decidido.

Ortega es un cobarde. No otra cosa puede ser alguien que protegido por las sombras de la noche y abrigado en el poder es capaz de entrar a la habitación de su hija de once años para agredirla sexualmente. No, no me diga usted que yo estoy mezclando las cosas. No soy yo quien las mezcló sino Ortega y su mujer, su cómplice, capaz de vender a su propia hija por las trece monedas del poder. Porque es un cobarde y tiene pánico el dictador ha llevado las cosas hasta este punto, arrinconando al pueblo de tal modo que ya no le ha dejado más salida que la rebelión pues hasta los animales más inofensivos, al encontrarse acorralados se rebelan y se enfrentan con uñas y dientes a quien les acorrala. Ortega intenta ahora con el pueblo el mismo truco que empleara para someter a su pequeña hija, inmovilizándola a través del terror. La única diferencia es que este pueblo es otra cosa que una niña de once años.

Déjeme hablarle un poco más de la debilidad de la dictadura. Déjeme decirle una cosa que no creo que alguien le haya dicho aún: no me cabe la menor duda que en circunstancias similares el ejército de Nicaragua actuaría de la misma manera que lo hizo el ejército hondureño en el caso de Zelaya. Los altos mandos del ejército nicaragüense desprecian a Ortega, muchos de ellos le odian incluso porque ha destruido y pervertido una institución, el FSLN, por la que ellos lucharon con las armas en la mano y construyeron con su sangre y su sudor desde la época de la dictadura de Somoza. Los mandos del ejército toleran a Ortega del mismo modo que toleraron antes a Chamorro, Alemán y Bolaños. Los toleran porque es lo que el pueblo nicaragüense escogió para gobernarle. Hasta ahora el pueblo de Nicaragua hizo la escogencia por medio de elecciones, pero una rebelión popular es también una manera de escoger y los mandos militares aceptarán esta escogencia. Puestos a decidir entre ser leales a Ortega o ser leales al pueblo, el ejército se inclinará hacia el pueblo. A diferencia del último de los Somoza, Ortega no tiene ejército.

El ejército, junto con la policía son las dos instituciones que aún no han caído bajo el control de Ortega. Son las únicas instituciones independientes que quedan aún y si en el ejército los mandos desprecian a Ortega, en la policía una buena parte de los mandos lo aborrecen por las mismas razones que los militares, pero además porque Ortega ha tratado a la policía como se trata al trapito de agarrar la olla. Si hasta ahora la policía ha actuado como ha actuado ha sido porque la balanza hasta ahora se ha inclinado hacia Ortega, en el momento que la balanza se incline hacia el pueblo, la policía acompañará al pueblo.

No es tarea de la policía ni del ejército bajarse al dictador. Esa es la tarea del pueblo, a la hora que el pueblo decida que ha llegado el momento de despacharlo y las organizaciones de la sociedad civil y los partidos políticos se pongan de acuerdo en una manera de gobernar y de volver a la institucionalidad, el ejército y la policía estarán del lado del pueblo y apoyarán al nuevo gobierno. Esto por supuesto, no se lo puede decir a usted así de claro el jefe del ejército ni la jefa de la policía, pero su actuación lo ha venido diciendo hasta ahora.

Hay que estar claros que de lo que se trata ahora no es de combatir la reelección: la lucha se ha convertido ya en lucha de liberación. Ahora se trata de sacar al dictador y organizar un gobierno de unidad nacional del que deberán estar excluidas las familias Ortega y Alemán y los miembros principales de los partidos FSLN y PLC. Cuando Ortega traspasó los límites que la constitución y las leyes claramente le demarcan, se convirtió en un proscrito y perdió el derecho de ocupar el cargo para el que fue electo. El gobierno de Ortega es ilegítimo. Es hora ya de empezar a conformar ese gobierno de unidad nacional y de empezar a pensar cómo nos organizaremos ahora que haya caído el dictador. No, no estoy yendo demasiado lejos, ya verá usted que el tiempo me dará la razón.

La del sábado no será una jornada fácil, no será un paseíto pero mientras más gente acuda o intente acudir menos difícil será. Ni modo, es terrible, es doloroso, que tenga la población que marchar exponiéndose a la furia de los grupos criminales del dictador, pero habrá que hacer este esfuerzo si queremos tener país. El dictador no nos deja más salida que enfrentarlo de este modo. Espero que una sombra protectora cubra a los marchistas y ciegue y confunda a sus agresores.