Creo que tenemos que exprimir el cerebro y usar la imaginación para
producir nuestros propios instrumentos para la lucha del presente,
pues si usamos las mismas cosas que en el pasado usamos para combatir
otras dictaduras o para combatirnos los unos a los otros, corremos el
riesgo de reproducir precisamente aquellas características nuestras
que deseamos erradicar. Los instrumentos que usamos no son neutrales,
están cargados de significado. Voy a usar un ejemplo nada más, para
llamar su atención, para ponerle en alerta, si acaso quiere usted
estar alerta.
Lo ví el otro día en una transmisión en vivo
con cierto pánico y con lástima. Allá en Managua, en una
manifestación de nicas que dicen estar contra la dictadura, la gente
empezó a corear ‘el que no brinque es sapo’ y a brincar, pues
nadie de ese grupo quería parecer 'sapo'. De entre las muchas
‘consignas’ usadas en las manifestaciones de los años de la
'revolución sandinista', aquella que decía ‘el que no brinque es
contra’ era una de las que más me disgustaba. Me disgustaba
entonces y me disgusta aún más ahora.
La frase no es nada original –en realidad fueron
pocas las frases originales en la ‘revolución sandinista’– y
yo sabía que era utilizada en Sudamérica por los partidarios de los
equipos de futbol en los estadios, solo que en vez de utilizar la
palabra “contra” usaban el nombre –o el apodo o la palabra
denigrante– de los partidarios del equipo contrario. Lo sabía
porque una vez en un programa del gordo Porcel, el cómico argentino,
había escuchado la frasecita.
La consigna –todas en general y esta en
particular– era un instrumento que servía para darle cohesión al
grupo, su repetición creaba un lazo entre sus miembros y reforzaba
el sentimiento de pertenencia al grupo. Era una consigna divertida,
alegre, jodedora como el pueblo nica, y cada vez que en una
manifestación se saltaba, los unos se reían de los otros viendo el
esfuerzo de cada cual al saltar, pero sobre todo, los unos se reían
con los otros y se fortalecía el sentimiento de camaradería. Este
era un lado de la moneda, el lado amable, el lado bueno, pero había
un otro lado, el lado tétrico, negativo, feo. En su otro lado la
consigna tenía un efecto de exclusión, divisorio, atrayendo a tu
círculo a los tuyos y alienando a los otros, dejándolos fuera.
Afuera quedaba el que no brincaba y el que no brincaba, como hemos
visto, era un "contra", la peor clase de gente según los
estándares ‘revolucionarios’, que había que aplastar como se
aplasta una alimaña. Si la consigna se hubiese quedado en las plazas
en las que las manifestaciones se producían no habría habido
problemas, pero la consigna trascendió y se convirtió en un lema
omnipresente y ocupó todos los espacios de la sociedad y allá vos
tenías que brincar o eras un “contra”.
Brincar, más allá de los espacios de las
manifestaciones, en la vida diaria, no era el acto físico de
impulsarte hacia arriba y dejar el suelo por un momento, significaba
que seguías los lineamientos que llegaban "de arriba” y
cumplías con las tareas revolucionarias que de vos se esperaban. Era
someterse, despersonalizarse, subordinarse, plegarse, ser de los
míos, estar conmigo. El que está conmigo goza de mi protección de
mi favor, el otro, el de afuera, el que no está conmigo, el que no
brinca pues, el contra, ese que Dios lo guarde porque habrá de saber
cuán larga es la hoja de mi bayoneta.
Esa manera de ver el mundo en blanco y negro, de
percibir a unos –los que te siguen– como buenos y a otros –los
que te adversan– como malos, no fue una invención del sandinismo.
Ese modo de excluir al otro, al que no está de acuerdo con vos, al
que tiene una opinión diferente y mira las cosas de otro modo, de no
dejar espacios de actuación a aquel que no te obedece servilmente,
se utilizaba ya desde tiempos inmemoriales en Nicaragua. Somoza
perfeccionó la exclusión, la polarización, porque fue el primer
gobernante en contar con un ejército nacional único, y tenía en
consecuencia la fuerza para hacerlo. Los sandinistas llevaron ese
malvado “arte” de la exclusión a su máxima expresión y para
ellos “el que no está conmigo contra mí está” adquirió un
carácter axiomático y la sociedad se polarizó como nunca antes.
Que así haya sido y no de otro modo fue una lástima para un país
que ansiaba cambiar para mejorar y dejar de ser la primitiva
agrupación humana en que se había convertido bajo la dictadura de
Somoza. Pero los comandantes eran el producto nada más de la
sociedad en que nacieron y se criaron y no eran ni fueron capaces de
trascender. La tarea de dirigir la construcción de una nueva
sociedad les quedó demasiado grande. En su caso, el dicho de mi
amigo Pablo Salazar “el chancho es como lo crían” nunca fue más
cierto. Las perlas no son para los cerdos dice la biblia y ya ves
cuán cierto es.
A quien me diga que brinque le responderé con
gusto: que brinque tu madre.
[Esta es una versión recortada de un post publicado en 2007 en otro blog mío]