viernes, 28 de diciembre de 2018

De cámaras y recámaras, camarillas y camaradas



Allá, en los momentos más calientes de la lucha cívica que el pueblo nicaragüense emprendió contra la dictadura en el histórico 2018, se escuchó por todas partes el clamor de la gente por un paro nacional. Pedían a la Alianza Cívica convocarlo y se lo pedían al Cosep. El pueblo intuía que tenía a la dictadura acorralada y un paro nacional sería el golpe de gracia para librarse de una vez del odioso, criminal régimen orteguista. En la lucha pacífica el paro es lo que el arma nuclear a la lucha armada. Es el golpe definitivo, el arma última pues ¿qué puede ser más pacifico y más potente que no hacer nada? ¿cómo puede lucharse contra un pueblo que deja caer sus brazos y se queda quieto sin hacer nada? Quien como yo alguna vez viajó o transportó carga a lomo de mulas sabrá que cuando una mula no quiere andar más, se detiene en medio del camino y ahí se queda y no importa lo que uno haga o cuanto palo uno le dé, la mula no se moverá sino hasta que le dé la gana. Yo, como muchas más personas estoy convencido de que si se hubiese convocado a un paro nacional y nos hubiéramos parado como las mulas en algún momento de los meses pasados, a estas alturas otro gallo nos cantaría.

La gente se pregunta por qué razón la alianza cívica no convocó a un paro nacional y la respuesta es más clara que el ojo del piche: la ‘empresa privada’ no quiso darle a su socia la dictadura el golpe final. Es que, fíjese usted, a la par de la policía, del ejército cómplice, de los partidos políticos colaboracionistas (’zancudos’ les decimos) y de otros pilares en que la dictadura se irguió desde sus inicios, otro pilar fue eso que llamamos ‘empresa privada’.

La dictadura no se hizo de la noche al día. En los meses pasados mostró su faceta más monstruosa pero no nació en este año. En Nicaragua asociamos violencia extrema con dictadura y no nos damos cuenta de que dictadura es otra cosa y que la violencia extrema las dictaduras la reservan para los momentos en que flaquean. Ya para el año 2008 la dictadura de Ortega estaba establecida y el Cosep lo sabía pero, vieja prostituta, se metió a la cama con el dictador. A fin de cuentas no sería el primer dictador con el que se acostaba. Por dinero, claro está, pues “poderoso caballero es Don Dinero”. Por dinero, la ‘empresa privada’ hizo cuanto pudo para darle legitimidad al régimen y miró hacia otro lado mientras Ortega, la Murillo y los infames Ortega Murillo, estirpe sangrienta, hacían añicos el pobre país.

En Nicaragua, eso que llamamos ‘empresa privada’ ni es empresa ni es privada. A excepción de unas cuantas empresas sanas y fuertes y de unos pocos empresarios que en realidad son tal cosa, otras ‘empresas’ y otros ‘empresarios’ solo pueden funcionar y prosperar en la corrupción, gozando de los favores que reciben de los gobiernos de turno. ‘Pandilla de delincuentes’ es un nombre más apropiado. No saben cómo hacer negocios ni cómo administrar una empresa si no es con la ayuda del corrupto gobierno, que a su vez les necesita como garantes de legitimidad, para guardar las apariencias.

Usted, con mucha razón, se preguntará ¿Si son aliados de Ortega, entonces, qué hacen ahí, en la mesa del diálogo y como parte de la Alianza Cívica? Hacen lo que siempre han hecho, salvaguardar sus intereses, ver hacia que lado sopla el viento para inclinarse hacia allá, veletas que son.

‘Solo el pueblo salva al pueblo’ dicen. Yo tengo mis dudas, pero de lo que no me cabe la menor duda es que ni el Cosep ni las cámaras salvarán a este pueblo y si en un cierto momento son nuestros aliados no debemos olvidar la variable naturaleza de este aliado que siempre se mueve al ritmo que hacen las monedas metidas en un saco. No olvidemos que nuestra ‘empresa privada’ esa que se junta en cámaras, es un viejo perro que siempre baila con la plata de quien sea.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Vïsteme despacio



Benito Pérez Galdós atribuye la frase ‘visteme despacio que tengo prisa’ al rey español del S. XIX Fernando VII, otros dicen que es más bien de Napoleón Bonaparte y otros la ubican aún más lejos en el pasado. Como sea, la frase advierte de no apresurarnos cuando tenemos tareas urgentes e importantes por hacer, no vaya a ser que por hacerlas apresuradamente las hagamos mal, con indeseables consecuencias, o tengamos que empezar de nuevo a realizarlas, si es que aún fuese posible hacer un segundo intento. Es en eso en lo que pienso cuando escucho gente por ahí exigiendo adelanto de elecciones presidenciales en Nicaragua a la mayor brevedad. Creo que cometen un error de juicio quienes ingenuamente proponen eso, o son malintencionados, pues seguramente conocen las consecuencias. Elecciones presidenciales y legislativas adelantadas en este momento sólo pueden ser buenas para los mismos tramposos de siempre, los orteguistas y los que haciéndose pasar por opositores sólo sirven al régimen. Hablo de los Alemán, los Montealegre y todos esos cuyos nombres no quiero mencionar, criminales lamebotas que en asamblea o donde sea que se encuentren se dedican, a cambio de unas cuantas monedas, a facilitar a la dictadura la explotación y la destrucción de nuesto pequeño país. Son ellos quienes tienen en este momento, o pueden restablecerlas rápidamente, las estructuras organizativas necesarias para acudir a una elección. La gente digna, aquella que ha luchado realmente y desde siempre contra la dictadura, se encuentra desorganizada, dispersa y hasta desacreditada como producto de la implacable tarea de destrucción que el régimen ha realizado contra ellos en los últimos once años y aún más allá.

Eso es nada más una faceta del problema pero no es todo. Otro asunto es que la institución encargada de realizar las elecciones es una estructura podrida hasta sus cimientos, completamente obediente a la dictadura y al frente de la cual y en todos los cargos de importancia se encuentra una pandilla de criminales cuya tarea única es declarar electos a cada cargo a aquellas personas que el dictador y su mujer les ordenan.

Hay muchas más cosas que desmontar y reconstruir antes de que un nuevo gobierno democráticamente electo y compuesto realmente por demócratas tenga las posibilidades de sacar al país del marasmo en que se encuentra. El sistema de justicia, la policía, la asamblea, son pilares de la dictadura que habrá que cambiar desde la raíz.

Una dictadura no se desmonta con una elección. Si se quiere un cambio profundo en la sociedad, el poder absoluto de la dictadura debe ser desarmado y derribado completamente, y una nueva estructura, sana, fuerte, democrática, debe ser establecida antes de que sea provechoso darle las riendas a un nuevo gobierno pues si sólo se cambia a quien está al frente sin cambiar nada más, no se habrá cambiado nada en realidad, la dictadura sólo habrá tenido un transplante de rostro: el odioso animal que no hemos sido capaces de eliminar en doscientos años de vida republicana seguirá viviendo bajo una nueva piel.

Por eso yo creo que el camino es otro. Creo, como todos, que hay que ir a elecciones, pero no ahora. Antes de llamar a elecciones hay que nivelar el terreno, hay que destruir el sistema de ventajas para unos y desventajas para otros propio de la dictadura. Pienso que la mejor vía en este momento es escoger un gobierno de transición cuya tarea primordial sea eso que su nombre indica, esto es, facilitar la transición de ese sistema totalitario de la dictadura a un gobierno más o menos democrático. Hay que proveer a este gobierno de transición, que debería estar presidido por una junta de notables, gente honrada pues aún la hay en Nicaragua, de una lista de tareas vitales a cumplir en un tiempo prudencial, para garantizar entre otras cosas, que el pueblo escoja a un gobierno que habrá de ceñirse a un modo nuevo de actuar, a unos principios democráticos claramente definidos. Habrá que darles las tareas y los medios para cumplirlas así como nuestro apoyo y comprensión pues su tarea no será fácil y algunos cambios no van a gustarnos.

No tengo ninguna duda de que la dictadura caerá en cualquier momento, quizás ahora mismo y habrá muchos interesados en mantener el estatus quo y eso lo facilita una rápida elección. Seguramente la dictadura propondrá elecciones adelantadas en algún momento, como manera de negociar su salida, pero no hay nada que negociar: la dictadura debe irse sin condiciones. Ya pasó el tiempo en que Ortega podía ser aceptado como interlocutor, ya no tiene más legitimidad. Tampoco la tiene su asamblea, que deberá ser disuelta a lo inmediato. La discusión, la negociacion, debe ser entre nosotros, entre los participantes originales en el diálogo y otros más, en un diálogo cuidadosamente ampliado para que no se nos cuelen las mismas viejas alimañas que ahora estaremos sacando.

domingo, 7 de octubre de 2018

Sapos


El diccionario de la RAE nos dice que ‘Sapo’ es una ‘Voz prerromana, de or. onomat., por el ruido que hace al caer en un charco o en tierra mojada’ y en la primera acepción de la palabra dice que un sapo es ‘1. m. Anfibio anuro de cuerpo rechoncho y robusto, ojos saltones, extremidades cortas y piel de aspecto verrugoso”. Entre otras varias acepciones de la palabra, una de uso muy extendido en Latinoamérica es la de soplón, espía y delator.

En un foro de la lengua española en que alguien preguntaba cómo fue que pasó a utilizarse la palabra sapo como sinónimo de delator, el usuario ‘Rodrigo’ en mi opinión ha dado en el clavo respondiendo así:

“Me parece que debe haber una analogía física y/o de comportamiento entre el animal sapo y el personaje delator, como ocurre con las innumerables referencias zoológicas que se usan como metáfora en el lenguaje cotidiano. Desconozco exactamente cuál es esa analogía, pero me parece que podría deberse a los siguientes rasgos del sapo:

    Su lengua hábil, larga y mortífera. El soplón es un profesional del lenguaje que, igual que los sapos, saca su lengua para hacer daño y después la oculta. La imagen de la lengua (el órgano anatómico) siempre acompaña al mal uso de las palabras: ser deslenguado, irse de lengua, ser/tener lengua larga. Las serpientes y su lengua bífida también entran en este juego pero hacia otra dirección.

    Su croar, especialmente el nocturno. Como la delación, el croar de los sapos se da oculto en una oscuridad que proporciona anonimato. Cuando todos estamos en silencio, hay una voz que canta en algún lugar sin dar la cara.

    Su postura (o actitud): semioculto, algo camuflado, inmóvil para pasar inadvertido. (En esto se diferencian, a mi modo de ver, los sapos de las ranas.).

    Sus ojos. Tengo la idea de que los ojos de los anfibios son grandes y un poco sobresalientes. Los dibujos de sapos típicamente muestran sus ojos como fuera del cajón del cuerpo, y a veces son lo único que sobresale fuera del barro o del agua. Parece como que siempre te estuvieran observando, evaluando a escondidas, tal como los delatores.

Alguno de estos rasgos, o todos juntos, podrían hacer que los delatores fueran identificados con los sapos. Hay que agregar, por supuesto, que los sapos no son para nada unos animales agradables. Tienen mala reputación, provocan repulsión y son (o se cree que son) venenosos”.

Me queda pendiente la tarea de averiguar dónde y cuándo se originó el uso de la palabra para designar soplones y espías, pero podría haberse originado en cualquiera de las dictaduras de latinoamérica en cualquier momento de su historia pues en ellas siempre han existido esos despreciables individuos que vigilan los pasos de sus vecinos, atentos, para denunciarlos a los agentes del régimen, a cualquier manifestación de oposición o independencia de pensamiento. Este uso de la palabra podría incluso haberse originado en otras latitudes.

El sapo nicaragüense se cultivó en cantidades relativamente limitadas bajo la dictadura somocista pues el conocimiento sobre su reproducción no era muy avanzado y la dictadura no parecía necesitar de muchos. En ella mantenían un bajo perfil y se movían en la oscuridad de la noche e intentando pasar desapercibidos. En la década de los 80, en la llamada ‘Revolución Sandinista’, los sapos fueron cultivados a gran escala y pasaron de ser los seres viles y despreciables que hasta entonces habían sido a convertirse en el ejemplo a seguir por quienes aspiraban a convertirse en los ‘hombres nuevos’, la máxima expresión de la raza humana que la ‘revolución’ pretendía crear. Para entonces había multitud de lugares de cultivo de sapos y para multiplicarlos se replicó experiencias que en otros países habían tenido éxito como las granjas llamadas CDS y hasta se intento cultivarlos a través de los sistemas de educación primaria, secundaria y universitaria. Una vez que la llamada ‘revolución’ hubo terminado el sapo regresó a su escondite pues de nuevo volvió a ser considerado como una alimaña que había que aplastar.

Bajo la dictadura Ortegana, en las primeras décadas del S. XXI, la producción de sapos alcanzó su apogeo y se intentó convertir a la población toda, especialmente a los más humildes en sapos del régimen. Fue entonces que el ‘sapo nicaragüensis’ habría de convertirse en la más peligrosa variedad de este animal al experimentar una profunda mutación y adquirir características que hasta entonces sólo había presentado irregularmente, En lugar de moverse a saltitos, su manera usual de trasladarse, pasó a arrastrarse como las serpientes y adquirió, como éstas, la capacidad de morder y de inyectar veneno a sus víctimas. En lugar de denunciar para que otros ejecutaran acciones destinadas a acallar la oposición, empezaron ellos mismos a atacar, hiriendo, torturando y matando. De ser un animal nocturno que se escondía a la vista pasó a ser uno que puede ser visto de día y de noche y en lugar de avergonzarse de su condición hasta se muestra orgulloso de su sapencia. Algunos estudiosos señalan que sus cerebros se han empequeñecido de tal manera que ya no son capaces de pensar por sí mismos y dentro de sus cabezas ahora casi huecas cuentan con una especie de aparato de recepción por medio del cual reciben órdenes que ellos llaman ‘de arriba’. En este sentido son muy similares a esas hormigas a las que un hongo que entra en sus cerebros convierte en zombis.

La foto la saqué de un website de sapos: ahuevo.me/19-de-julio-nicaragua/



martes, 2 de octubre de 2018

¡Parar el genocidio!


Con frecuencia, para apreciar la magnitud de las cosas que tenemos frente a nuestros ojos, para entenderlas, es necesario mirarlas desde otro ángulo, bajo otra luz, desde otra distancia o utilizando otra lente. Vistas así, desde otra perspectiva, las cifras del costo humano de lo que está ocurriendo ahora mismo en Nicaragua dejan al desnudo la enorme barbarie de la dictadura, su inmensa crueldad al dejar las manos libres a sus fuerzas irregulares para pasearse por entre nuestra gente como si fuese un ejército de ocupación, matando, violando, mutilando, robando, torturando impunemente en una sangrienta, interminable bacanal de destrucción, de humillación, de deshumanización, de horror.
Lo que está ocurriendo en Nicaragua es la destrucción de un país y de su gente, es el castigo a un pueblo que se niega a obedecer la voluntad de un tirano vengativo que se considera a sí mismo un dios y cree tener el derecho de mandar a sus sicarios a castigar poblaciones que osan protestar pacíficamente, a destruir pueblos y ciudades como Jehová enviando a sus ángeles de la muerte a arrasar Sodoma y Gomorra.
Las cifras del horror, como es válido llamarlas, muestran sólo una fracción de lo que está ocurriendo, una parte nada más de la destrucción, de aquella que es posible expresar numéricamente. Veámoslas. La Asociación Nicaragüense Pro-Derechos Humanos informa que en los 158 días del período comprendido entre el 19 de abril y el 23 de septiembre del presente año, como resultado de la represión de la dictadura frente a la protesta pacífica de la ciudadanía han muerto violentamente 512 personas, 4,062 han sido heridas y 1,428 han sido secuestradas o desaparecidas. Eso significa que por cada millón de los 6,2 millones de la población nicaragüense la dictadura ha asesinado 83 personas, herido a 655 y secuestrado o desaparecido a 230.
Para poner estas cifras en una perspectiva diferente, que permita apreciarlas mejor: si esto que aquí le cuento hubiese ocurrido en Estados Unidos, con una población aproximada a los 325 millones, los muertos serían 26,838, los heridos 212,927 y los secuestrados o desaparecidos serían 74,854. Son cifras apabullantes ¿no le parece? Igual a la población de ciudades enteras ¿Qué piensa usted que diría el mundo si Trump hubiese hecho lo que Ortega ha hecho en 158 días de terror en Nicaragua y continúa haciendo aún? ¿Se imagina usted el enorme escándalo a escala planetaria que se habría producido si la policía estadounidense junto a un ejército de asesinos trumpianos a sueldo mata, hiere y secuestra a cientos de miles de personas mientras las fuerzas armadas regulares miran hacia otro lado y no hacen nada por imponer el orden? Eso precisamente ocurrió y sigue ocurriendo en Nicaragua. La única diferencia son los números absolutos, la escala es la misma.
Si lo que le cuento hubiese ocurrido en China, con sus 1,403 millones de habitantes habrían sido asesinadas 115,800 personas, 919,191 habrían resultado heridas y otras 323,142 habrían sido secuestradas o desaparecidas. ¿Se imagina usted la gritería que se habría armado contra XI Jinping el presidente chino? Seguro que ningún gobierno del planeta se habría quedado callado y muchas acciones se habrían emprendido ya.
Lo que en Nicaragua ocurre en estos días es un genocidio pues eso es lo que Daniel Ortega está ejecutando: para mantenerse en el poder está eliminando sistemáticamente a todo un pueblo, que es a fin de cuentas lo que la palabra significa. Es la intención lo que lo define, no el número. Hay que parar el genocidio antes de que llegue a los espantosos niveles que antes en otros lugares ha llegado porque nadie osó intervenir. Antes de que alcance, para poner un caso, la magnitud que alcanzó en Ruanda en 1994. Que en Nicaragua se produzca más lentamente no significa que no llegará a ese grado.
Terminar con la dictadura es de una dolorosa urgencia, es una tarea impostergable. No hay otra alternativa. La destrucción que ella lleva a cabo del país, de su economía, de su tejido social, de su gente, es mucho más violenta, mucho más profunda de la que haría un huracán o un terremoto pues éstos matan y destruyen bienes y afectan la economía, pero no minan la sociedad desde sus cimientos, no la destruyen desde su raíz del modo en que la dictadura lo hace ahora, no la dejan lisiada como la dictadura la dejará cuando se haya ido. La dictadura debe caer, lo más pronto que sea posible. Para ayer era ya tarde.

jueves, 2 de agosto de 2018

La víbora decapitada

 
‘Wishful thinking’ llaman en inglés a eso que ocurre cuando uno confunde la realidad con sus deseos y cree que las cosas son del modo en que le gustaría que fuesen, pero no son así. Alguien pensará que cuando digo que Ortega es un muerto andante y su dictadura es de papel estoy confundiendo la realidad con mis deseos, que la fumé verde y estoy alucinando. Voy a exponerle mis ideas para que vea usted por qué pienso como pienso. Vamos a pelar esta cebolla capa por capa. Lo que le voy a decir lo han dicho más gentes seguramente pero no está de más repetirlo. [En realidad hay que repetir estas cosas, para no perder la visión]

Ortega está solo. Mire que ahora que el pueblo se le alzó nadie salió a defenderlo, ni siquiera aquellos que han recibido sus limosnas. Claro, salieron los sicarios a matar gente de modo indiscriminado, pero esos no cuentan, esos son, la palabra lo dice: asesinos a sueldo. Ninguno de los que según el grupo de mafiosos del así llamado ‘Consejo Supremo Electoral’ votaron por Ortega en las pasadas elecciones salió a dar la cara por él y a enfrentarse a quienes osaban desafiar a ‘su líder’. Si fuese cierto que Ortega tiene tantos seguidores como quiere hacernos creer, ¿cómo es que ninguno de ellos sacó la cara por él en estos días? ¿cómo es que tuvo que contratar mercenarios? Nadie lo quiere y por eso tiene que comprar caricias, de criminales en este caso, de sus sicarios.
Para conseguir concurrencia a las manifestaciones que ha organizado en los últimos tiempos, el Orteguismo, como Somoza antes, ha tenido que recurrir a forzar bajo amenaza a los empleados públicos a acudir a ellas y al igual que hicieran los Somoza ha tenido que acarrear a gente pobre de todo el país ofreciéndoles un paseo a la capital con boleto pagado de ida y vuelta, fiesta, guaro, nacatamal y unos bollitos, que en estos aciagos tiempos no vienen mal.

En el ámbito internacional Ortega está aislado y así se quedará. Como a un apestado todos se le apartan. Sólo han quedado de su lado, condicionalmente, aquellos que no cuentan, los otros apestados del continente: Venezuela y Bolivia. Hasta Luis Almagro que hasta hace poco parecía tenerle cierta estima se ha ido ruidosamente, para que todo el mundo lo viera, al otro lado.

Nadie cree lo que dice, ni dentro ni fuera del país, ninguna organización internacional, ningún gobierno, nadie. Ni la Unión Europea, ni el gobierno estadounidense, ni la ONU ni la OEA. Nadie, absolutamente nadie. Como el emperador del cuento aquel, Ortega está desnudo y sus miserias están expuestas a la vista del mundo. Nadie le cree, aunque llame mentirosas a personas y organizaciones de reconocida credibilidad. Para todos es claro que quien miente es Ortega, que su cuento es compĺetamente falso.

El ruido es ensordecedor y no lo deja dormir. No lo deja vivir. Por más que quiera tapar sus oídos, desde fuera y dentro del país el clamor porque pare la represión, porque se vaya, porque adelante las elecciones es atronador.

Sus esperanzas se desvanecen. Ortega pensó enamorar a Trump por esa extraña fascinación que éste tiene por los autócratas, por los ‘hombres fuertes’ y desde Fox News le hizo ojitos, pero a Trump no le gustan los derrotados, los ‘losers’, los que van camino al basurero de la historia, menos aún si vienen de un pequeño país del tercer mundo.

Como la cabeza de una víbora que después de haber sido separada del cuerpo de un machetazo es aún capaz de matar, Ortega, aún derrotado, es peligroso y como hemos podido ver en estos días, continúa matando. No hay que quitar la vista de la cabeza cortada de la víbora, no hay que dejar que nos clave los colmillos. Que Ortega está derrotado no quiere decir que ha sido neutralizado. Se encuentra entre la espada y la pared pero incluso un gallo viejo y artrítico, desplumado y sin navajas, es aún capaz de hacer daño cuando se encuentra arrinconado. Aún falta darle el golpe mortal.

Pronto se quedará sin armas ni municiones. El ejército, quiero creer que de mala gana, fue cómplice suyo en la pasada insurrección no violenta del pueblo y se hizo de la vista gorda mientras las hordas criminales orteganas masacraban a la población desarmada. Los paramilitares existen porque el ejército lo permite. Pero los generales tienen sus propios intereses y no se inmolarán con el dictador y se irán del lado del pueblo cuando éste se muestre como el caballo ganador, cuando presente una salida aceptable, o cuando desde fuera les obliguen a abandonar a Ortega. Puestos a escoger entre su propia existencia y la de Ortega, los militares lo repudiarán y le escupirán en el rostro. Con el ejército dándole la espalda al dictador y haciéndose del lado del pueblo, los paramilitares se evaporarán como las aguas de los charcos en el calcinante sol del mediodía tropical.

(La foto del inicio es de La Prensa, diario nicaragüense)

martes, 31 de julio de 2018

El ejército cómplice





Alguien me decía hoy que el ejército nicaragüense no intervino en la pasada insurrección pacífica del pueblo. Esa es o una afirmación ingenua o una afirmación cínica, malintencionada. El ejército sí intervino y su papel en la insurrección fue decisivo: inclinó el fiel de la balanza a favor de Ortega y en contra del pueblo. Si a estas alturas Ortega está aún ahí donde está, en completa oposición a la voluntad de todo un pueblo, aún en pie después de la enorme marejada del pueblo alzado, es gracias a la intervención del ejército. Esto debemos tenerlo claro para la próxima, inevitable, definitiva vez en que el pueblo se levante.
Vamos por partes, no me refiero a si miembros del ejército formaron parte o no de los grupos de sicarios enmascarados del régimen o si el ejército proveyó a estos grupos de armas y pertrechos y apoyo logístico. Eso en realidad es secundario, esa es una de las maneras de intervenir. Uno hace cosas por acción o por omisión, uno interviene haciendo o dejando de hacer. Me refiero a que el ejército intervino principalmente por omisión, al negarse a cumplir con su obligación de enfrentar, combatir y desarmar a los grupos paramilitares que como rabiosa jauría Ortega y su familia mandaron a pueblos y ciudades a reconquistar al costo que fuese el territorio recuperado por el pueblo. Esta intervención del ejército fue vital para Ortega. Si estos grupos armados hubiesen sido frenados en su accionar, si Ortega entonces hubiese dispuesto de la policía nada más para enfrentar al pueblo envalentonado y protegido detrás de las barricadas, el dictador habría tenido que irse pues sus fuerzas no habrían podido resistir el embate de la población. El pueblo tenía al dictador al borde del abismo pero la cosa cambió cuando los sicarios orteganos pagados con el dinero del pueblo mismo fueron dejados en libertad de acción y como manadas de hienas se ensañaron en la población desarmada y a punta de sangre y fuego redujeron la resistencia, destruyeron las barricadas y pusieron en huida a los valientes que detrás de ella se resguardaban pues prácticamente desarmados no podían hacer mucho frente a la horda ortegana armada hasta los dientes y sedienta de sangre.
En esto no hay vuelta de hoja, el ejército tenía la obligación de desarmar a los paramilitares y no lo hizo. Eso habría equilibrado la balanza, hubiese puesto en igualdad de condiciones al dictador y su gente frente al pueblo alzado pacíficamente. Si hubiera hecho eso el ejército habría sido neutral.
Alegando neutralidad el ejército se hizo cómplice del dictador en todos sus crímenes cuando en incumplimiento de su deber constitucional de garantizar su exclusividad de grupo armado en el territorio nacional se hizo de la vista gorda, se quedó en los cuarteles y dejó a los sicarios hacer lo que quisieron. Se hizo cómplice del dictador al fallar en su deber constitucional de defender a los nicaragüenses frente a grupos criminales armados. Es cómplice en todas la muertes, en todos los heridos, en todas las desapariciones y en la enorme destrucción de vidas y propiedades de los nicaragüenses. El general Avilés tiene las manos manchadas de sangre, la sangre de los héroes de la resistencia de los cien días.
Si no me cree se lo digo de otra forma, que es parecida pero no es igual: si un hombre viola a una mujer frente a mis ojos y yo miro para otro lado y le dejo hacer, yo soy cómplice de esa violación. Si en lugar de buscar un garrote para darle en la nuca me quedo ahí a la par suya sin hacer nada viéndolo cometer su crimen, soy su cómplice. Yo no puedo alegar neutralidad pues no hacer nada no es lo mismo que ser neutral, pero además, las leyes no mandan al ejército ser neutral, le mandan y demandan estar del lado del pueblo, defenderlo, protegerlo. En el caso del hombre que no defiende a la violada su abogado podría decir que no está obligado por la ley a defenderla, en el caso del ejército su obligación era intervenir activamente, evitar los crímenes de la horda ortegana.
A veces nos enredamos en larguísimas discusiones dizque filosóficas sobre cosas que están más claras que el ojo del piche.
Cuando caiga la dictadura, y no me cabe duda de que más temprano que tarde habrá de caer, una de las primeras cosas que el nuevo gobierno tendrá que hacer será depurar el ejército. El primero en ser separado de su cargo y en responder por su participación en los crímenes cometidos por la dictadura en los cien días heroicos tendrá que ser el general Avilés. No será el único que tendrá que responder, sólo será el primero.



viernes, 27 de julio de 2018

Ido

 

Si hace sólo dos semanas me hubiera preguntado usted qué pensaba yo de Daniel Ortega, el dictador de Nicaragua, le habría yo respondido que en mi opinión, luego de esos tres meses de heroico levantamiento pacífico del pueblo, el pobre diablo este era como uno de esos personajes de cuento que se ha muerto ya y aún no se ha dado cuenta de que el alma ha dejado el cuerpo y continúa con su vida cotidiana, haciendo lo que siempre hacía. Le habría dicho yo que era cuestión de muy poco tiempo para que el cadáver empezara a pudrirse y heder horriblemente, tanto que el ejército de Nicaragua diría entonces ‘ese muerto no lo cargo yo, que lo cargue el que lo mató’ y procedería a dar sepultura al pestilente cadáver. Pensé que los militares harían lo que desde hace tiempo ya es su obligación hacer, del mismo modo que otros socios y amigos le han abandonado ya, Luis Almagro incluido, pues no quieren inmolarse con un cruel dictador decimonónico.

El dictador estaba ido, pensaba yo hace dos semanas pues nunca su precario gobierno estuvo en más vulnerable posición que entonces. Bastaba con que el pueblo se decidiera a darle el golpe decisivo, bastaba con plantarse como las mulas y no moverse más sino hasta que se fuera. Se habría ido seguramente, nadie lo habría salvado pues la complicidad del ejército también tiene sus límites y sus jefes no van a hundirse junto con el caudillo, convertido ya en una caricatura, en una despreciable piltrafa humana. Hubo mucha gente que estuvo clara de todo esto y a gritos pidió paro nacional, pero éste no se produjo pues no todos los actores en este drama responden a los intereses del pueblo, por más que juren hacerlo. Quizás el pueblo mismo no entendió el enorme poderío que en esos días de furia no muy violenta había logrado adquirir, lo que no es tan raro pues como decía mi fallecido amigo el doctor López ‘uno sólo ve aquello que conoce’ y este pueblo sólo en muy contadas ocasiones en su historia ha conocido un poder como el que ahora tiene en sus manos y siendo un pueblo tan joven, son pocos los que lo conocieron y pocos en consecuencia los que pueden verlo. El pueblo no está consciente de su propio poder, intuye que es poderoso pero no sabe cuánto.

Dos semanas más tarde pienso que, aunque de otro modo, el dictador sigue estando ido. Voy a explicarle por qué pienso así, pero para darme a entender tendré que recurrir a las artes mágicas.

Mucho antes de que Hollywood descubriera cuánto dinero puede ganarse con historias de zombis, no importa cuan simples, la bruja Hermelinda Linda, personaje de historietas mexicanas de las décadas 70 y 80 del pasado siglo se dedicaba, a solicitud de su clientela, a traer de nuevo frescos cadáveres al mundo de los vivos, haciendo uso de mágicas pociones y extrañas operaciones. Como los zombis en las películas de Hollywood, los de Hermelinda regresaban a este mundo sin estar ellos realmente vivos. Ya no eran lo mismo que habían sido en vida. Parafraseando al poeta, tenían muerta el alma aunque vivían todavía. Eso es lo que estamos viendo ahora en la figura del dictador, un muerto andante, aferrándose a una vida que ya no tiene, moviéndose por el mundo de los vivos sin estar él mismo vivo. En las historietas de Hermelinda, los cadáveres eran traídos ‘a la vida’ para la conveniencia, usualmente financiera, de sus allegados. Eso es lo que vemos ahora precisamente. Hay un grupúsculo con intereses financieros vinculados de una y mil maneras a los del dictador, que dependen de que éste se mantenga sentado en su inestable silla, no importa si vive o muere, si es él quien está ahí o su cadáver, pero que esté ahí al frente, aunque para ello todo un pueblo deba ser abatido. Sin ser excluyente, diré que de ese grupo forman parte familiares, miembros de su ‘partido’, militares, ‘empresarios’ y otros, que crearon grandes fortunas o las aumentaron enormemente en la comodidad que les brindaba la sombra del dictador. Algunos de ellos se le han separado ya y hasta pueden verse sentados allá entre el grupo de quienes adversan al déspota, repudiando ahora a quien tan útil les fuera, a ese que en público decían despreciar aunque en la intimidad, donde nadie les veía, se le entregaban a cambio de sus favores, a cambio de unas cuantas monedas.

Aquellos pues, quienes a él están atados, han dado vida y mantienen ahí sentado en su silla al maloliente cadáver, haciéndole creer que vive aún, algunos creyéndolo realmente, otros sabiendo que no les queda mucho tiempo para apartarse de él y no caer junto con él, hechos trizas, cuando el pueblo descubra su enorme poder y su fuerza volcánica y regrese, ahora más decidido, a terminar lo empezado pues entonces, de esa estructura que parecía indestructible, inamovible, no quedará piedra sobre piedra.

En la próxima: cómo se baila este trompo en una uña. 

(La ilustración es de Fernando Art, encontrada en https://sosnicaraguareporte.com/galeria )